Algunas personas parecen cinceladas por la hipersensibilidad. Usualmente gustan de conversaciones donde los interlocutores juegan roles y reacciones demasiado estereotipadas. La sorpresa, la alegría, la congoja son actuadas de forma angulosa, con modulaciones estridentes de la voz. También cultivan fórmulas para aplicar ante situaciones que siempre se presentan más o menos predecibles. Es recomendable evitar cualquier tipo de sobresalto inesperado ante ellos o algún experimento lúdico. Suelen irritarse profundamente y presentar sus credenciales de madurez, ante lo cual no hay apelación posible.

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Encontré una cajita de lillos vacía en la mesa, la agarré y me puse a mirarla distraido. Realmente es una arquitectura en cartón interesante, pensaba. Empecé a despedazarla lentamente para ver el interior. Una vez que me aburrí, dejé los restos en la misma mesa. Un rato después, él descubrió su cajita vacía destruida y me miró con furia. Hay que reconocerlo: le es sencillo expresarse. Y utilizó esa habilidad para sermonearme acerca de la propiedad privada sobre la basura. Intenté disuadirlo amistosamente, hasta que en un momento me llamó “infantil”. No lo miré más. Busqué tranquilamente mi billetera, tomé dos billetes de cien pesos y se los tiré en la cara. Quedate con el vuelto.

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La publicidad busca incansablemente eso que ella misma dio en llamar “medios ganados”: que las personas hablen voluntariamente sobre las marcas, que alcancen un culto hacia ellas en forma de vestimenta regular y, más aún, que las conviertan en símbolo de su propia identidad. Hay casos muy extremos, pero normalmente se encuentra a quienes gustan de expresarse a través de las diferentes “experiencias de marca”. Me explico: la estética del local gastronómico cuidadosamente preparada para mostrarse a uno mismo como parte del conjunto de valores que implica. Me explico mejor: sacarse una foto, filtro mediante, en ese lugar y divulgarlo en redes sociales. Casi como aquellas maderas que llevan pintados los cuerpos de un gaucho junto a una vaca, con dos agujeros donde insertar los rostros para tomarse una fotografía picaresca.

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Aunque todavía no logre aplicarlo correctamente, ya hace bastante decidí amputar mis explosiones emocionales y reservarlas a mi propio espacio privado. Hay una razón primordial, y es que, en general, esas manifestaciones son vistas por terceros como indicio de locura o desequilibrio. Aún peor, son un evento sumamente irritante para el regular desenvolvimiento de la diversión módica. Me tomó mucho tiempo entender que es mejor morir solo durante las noches. Es posible que la mayoría no esté acostumbrado a convivir con quienes nos dejamos morir de vez en cuando. Peor aún, muchos suelen tratarlo a uno en forma despectiva luego de verlo morir. Quizás sea envidia, quizás sea que ellos jamás pudieron renacer. Pero de eso no tengo pruebas.