Lo dijo Burroughs, la palabra es un virus. El lenguaje es un virus. La literatura, en definitiva: también lo es. Hecho que puede ser traducido de la siguiente manera: en nuestro adn reside algo indefinido, pero preciso substancialmente. Algo histórico, pero a la vez alejado de nuestro propio tiempo. Algo que parece ser mágico, pero que no carece necesariamente de una premisa científica. Algo que perdura y se decodifica incluso mientras dormimos. Algo que no solo es generacional, sino ancestral. Digamos en fin, un punto de creación sobre otras creaciones. Por eso pensar sobre mi voz extraña, es pensar sobre las múltiples voces que viven en mí: no una, no dos, sino una cantidad indefinida arraigada por anda a saber quién, y que me acompañara hasta anda a saber cuándo. Enrique Symns  (luego de consumir cocaína) define este hecho como: una cadena asociativa, una radio adentro del mismo cerebro donde hablan los demás: padres, abuelos, sociedad. Pero no todo está tan mal: en ese reconocimiento, en la comprensión de que por momentos somos hablados, y no habladores, se genera un acontecimiento: la posibilidad de encontrar la personalidad entre la impersonalidad.

Me explico mejor: mi voz extraña es un intento de poesía. Una búsqueda contante. Un desenfreno totalizador que se desarrolla en una guerra interna. Y es una guerra porque mi voz está yuxtapuesta por mis otras voces, que la silencian, que la marginan, que la distraen, que incluso la tiranizan. Sean los modos, las formas, o los viejos poetas los que marquen los parámetros de lo que debería ser escrito: ocurre una demanda. Y tal vez sea un hecho que los escritores (o quienes intentan escribir) se odian así mismos; aunque paradójicamente por momentos pequemos de narcisistas. Pero hay otros momentos, los excepcionales: otros en donde mi voz aparece a través de un canal bastante limpio: un río. Dónde la radio se apaga y todo pasa a ser visualizado de una manera diferente: allí mismo se enuncia un tono especial. Alguien que lo explica muy bien es Iribarren, el escritor dice que “de repente y sin saber ni cómo ni por qué motivo, un día se activa el modo poeta y, al mirar a lo lejos, el mundo parece distinto”.

 El modo poeta. Parece un hecho mítico: pero pensemos que lo mítico es una posibilidad. Hoy y ahora. Y que tal vez sea por esa razón, que Rimbaud se encerró durante nueve meses en el granero de su familia para escribir “Una temporada en el infierno” mientras volaba de fiebre por una enfermedad desconocida. Que es por la misma aparición que Sharon Olds de verdad hizo un pacto con un espíritu para escribir los poemas que integran el libro “Satán Dice”: que su promesa, aquella que consta que olvidaría todo lo aprendido en la universidad si le regalaban la inspiración suficiente o las palabras exactas para escribir los poemas más hermosos ocurrió, y no es una estrategia de marketing. La voz extraña tal vez cayó un día de algún lugar desconocido y fue la misma que impulsó a escribir a Henry Miller el inicio en “trópicos del cáncer” y la misma hizo que Burroughs escribiera el “almuerzo al desnudo” en tan solo tres días mientras casi muere de abstinencia a la heroína.

Parece un hecho mítico: pero pensemos que lo mítico es una posibilidad. Que la voz extraña existe: ¿Por qué no creer?

 Una voz extraña. Tu voz extraña. Mi voz extraña; que no veo, pero escucho. Que no identifico, pero presiento: en lo preciso de una ausencia, en la blancura del papel magro, en plena clase de Literatura Española II leyendo los cantos del Crotalón. Allí más precisamente cuando la literatura es ajena y lo ajeno se vuelve propio. Y tal vez tan solo se trate de eso: personalizar lo ya personalizado. Reescribir lo escrito. Identificar lo no-identificable. Tan solo querer, y que querer sea ser original. Y si acaso somos las almas del mismo sueño, y la aventura que compartimos no tiene escenario, ni tiempo, ni espacio: sino lápiz y papel, o tinta y lapicera. Si acaso todo ya fue escrito y no queda nada por decir: ¿por qué sigue viniendo esa voz a nuestro encuentro? ¿Tendrá esperanza en nosotros, y los que podemos decir, o será que ve lo que aún no vemos?