No porque sea rentable, sino porque me acostumbré a vivir con las palabras atestadas en mi mente y, luego, volcarlas en un papel, blog, etc. 

Seguramente si hubiese podido elegir entre mis «inclinaciones naturales», escribir no estaría entre mis opciones, no porque no ame hacerlo, sino porque me da el aire que respiro pero no un par de zapatillas.

No sé lo sé bien. Imaginemos que esto es una entrevista y la primera pregunta que me hiciesen sea ¿por qué escribís? . Tal vez, esas simples tres palabras encerradas entre dos signos de interrogación sean suficientes para abarcar una entrevista entera. Incluso, quizás, podría escribir un libro entero sobre el ejercicio de la escritura desde mi subjetividad. Es una pregunta complicada, tiene muchas respuestas posibles y todas son tan correctas como variables. 

Escribo porque no sé vivir sin hacerlo. 

Escribo porque me sale un conjunto de ideas, que para no estallar en mi cerebro, se insertan en el torrente sanguíneo hasta convertirse en palabras que escupe el trazo de mi mano.

A veces, no sé por qué escribo y simplemente lo hago. 

Otras veces, escribo para matar el silencio y la soledad: esa instancia íntima, que cuando se excede de su justa medida se hace tormentosa. 

Escribo porque me siento acompañada de la sintaxis y el discurso. 

Escribo porque me divierte jugar con los sintagmas: darlos vuelta, cambiarlos de lugar, invertir sus secuencias lógicas o coherentes, o respetarlas absolutamente. Me encanta que mi corazón de cera se derrita y en esa pequeña frase hayan cuatro sintagmas: nominal [mi corazón], preposicional [de], adjetival [cera], verbal [se derrita]. Y me fascina que mi corazón en verdad no sea de cera, sino un órgano de carne, que no se derrita, sino que esté vivamente latiendo, pero que gracias a estos cuatros sintagmas pueda decir todo lo contrario. 

Escribir es el trabajo más íntimo y no pago al que me dedico. No se esbozan palabras por el rédito económico que te den, es cierto. Pero de algo hay que vivir y, de esto, definitivamente no se puede ¿Sueno negativa o sincera? Todo se complica cuando la plata entra en juego. Sin embargo, escribo, también, porque soy una ser humana habitando esta existencia venenosa, aunque no mortal… salvo cuando decide llegar a su fin. 

Escribo porque las palabras no te juzgan ni te piden nada a cambio y, tal vez, por semejante hazaña es que no haya precio conmensurable para medir la dimensión y la importancia que tiene el escribir. Por esa razón no hay plata y mucho amor al arte, aunque debería llamarse dependencia en lugar de amor. Dependemos del arte como aliento de vida pero no para comer. Llenamos nuestras almas, empobrecen nuestros bolsillos.

Es como si las lágrimas y los silencios cobraran sentido pintados en una página. 

Es como si la esperanza sol se pudiese escribir.

Es como que si… escribiera porque todas las dichas decidieron que cuente sobre su existencia en mis palabras, como evangelista, como discípula que sigue las palabras de fe sobre aquello que no ve.