Me desperté con ella sentada en mi pecho 

pesada y caliente

acomodada como un gato 

rasguñándome los pulmones,

y la dejé.

Salí a caminar, 

a estudiar,

a no pensar 

en ella y en todo lo que me dice 

pero me fue imposible perderla;

Sé que hoy la escuché más que ayer 

pero menos que la semana pasada.

¿De qué sirve contar los días como si estuviera presa? 

Si ella me sigue aún estando encerrada.

Siempre ahí, siempre atrás. 

Todavía, incluso ahora, 

la siento sentada en mi pecho.

Todavía ahora

me cuesta respirar.

Hace menos de una hora fui besada por última vez 

y pensé que ella había desaparecido 

caminé cuadras 

miré las hojas caer

escuché una voz cantando 

pero entré en mi casa y ella estaba ahí 

sigue acá 

mientras escribo esto 

y me dice que no cuente 

que no hable, que me calle,

que no me gusta que hable de ella.

Que no le gusta que hable de mí.

Pero qué te importa 

y le discuto 

y me responde mirándome con ojos oscuros, inchados, 

con odio salvaje.

Dejame en paz 

me discuto.

Y deja de intentar.

Soy todo lo que alguna vez lloré.

Y todos los arañazos

que quedaron en el pecho 

del lado de adentro.

Soy sus golpes al intentar salir,

y sus maullidos 

de gata dolida

animal nocturno y silencioso.

Hoy me desperté con ella sentada en el pecho

y quise huir, negarla, llorar,

pero ahora la tengo acá 

todavía oprimiendome el pecho 

todavía 

pero al fin sentada al lado mío.

Sentada al lado mío, en la cama.

Y pienso que avanzamos.

Por lo menos se bajó de encima,

por lo menos me dejó de rasguñar.

Espero mañana

entendernos mejor que hoy,

hasta que un día 

me pase entre las piernas 

con pelaje suave 

y sin mordidas inesperadas.

Espero amansarla.

Amansarla.

Espero, aunque ahora lloro y ella me juzga,

espero amansarme. 

Volver a recordar,

lo que se sentía

respirar.

Doler para que ella pueda ronronear,

amansarme,

y respirar.

Ronronear, respirar. 

Curar,

a esta gata dolida,

para poderla acariciar.