“Cuando alguien nace es débil y flexible, cuando muere es fuerte y rígido” dice Tarkovski en la única entrevista encontrada en YouTube. Se lo ve a la vera de un arroyo, mirando a ese hilito de agua como extenuado, valorando su intimidad. Su cine, es un cine de espíritu. En sus películas el entramado se sostiene solo por quien observa, y nadie podría contar de qué tratan específicamente las películas de Tarkovski. Esto no significa espontaneidad surrealista ni falta de criterio. Significa un corrimiento del mensaje lineal del cine de masas donde la finalidad está en transmitir un mensaje entendible y que no preste a confusión. Aquí hay mensaje, pero no es uno ni direccional. Debe apresarse como en un haiku: cada imagen busca llevar al máximo su expresividad partiendo de lo mínimo, algo que de tan cercano nos puede parecer inasible.

   No se busca representar nada. Las metáforas estereotipadas han llenado al arte de lugares comunes, por eso Tarkovski se la juega, y un sueño, en vez de reescribirse, se plasma tal cual surge. Decir lo que se tiene para decir explicando al cine desde el cine, sin mediaciones ni filtros. Se vale de lo elemental: aire, fuego, tierra, agua; con eso se las arregla. Y una convicción a ideas tan extremas que pocos lo comprenden: se pelea con casi todos. A pesar de ser un director hoy en día reconocido en el ambiente del cine, sus películas, todas disponibles en YouTube, no suman demasiados vistos. Es un poeta, pero en sus películas hay poco diálogo, y es que entiende a la poesía no como un género en particular, sino como una forma de vida, lo cual se aprecia en su estilo. Su búsqueda es en torno a la belleza, presente según él reconoce, en cualquier aspecto de la realidad vivida. En sus películas abundan los planos largos, de varios minutos, donde la carga emotiva debe ser descifrada. Ese trabajo del observador, más que intelectual, es un trabajo espiritual, consistente en mirar con ojos primeros y sin prejuicios. Su arte fílmico es más pictórico que literario, por eso se debe atender a una comunicación naturalista, no muy distinta a la que uno podría apreciar en el flamear de un arbusto. El espíritu de la naturaleza y del ser humano es expuesto desnudo, algo totalmente ajeno a nuestro occidental y moderno acontecer.

   Me gusta el cine de Tarkovski porque puedo alcanzar algo muy íntimo con su ayuda. No sé qué es, ni tampoco si es algo bueno o malo. Cada tanto tengo la sensación que del pasado vienen imágenes flotando, inaccesibles, solo rozadas en días donde el espíritu está más flexible. Tarkovski ayuda al movimiento de esa estantería, esa que creí haber dejado acomodada hace un rato nomás. Gracias a él es que ahora me siento a contemplar los atardeceres en el verano o me paro por unos segundos a ver moverse las algas bajo el arroyo. Es eso, lo mínimo, que puede estremecernos mucho más que la comprensión o la claridad de lo sucedido.