Que el ser humano nazca desnudo no implica que al salir del vientre materno no sea recibido y recubierto por muchísimos ropajes, algunos de ellos de tela, pero también de otros materiales.

La sociedad le asigna al recién nacido un género, colores con significados específicos, un nombre y un apellido, una historia familiar; valores culturales y sociales, identificaciones acerca de cómo es ser varón o mujer nacido en ese determinado territorio; se le rodea de ideologías y de políticas, incluso de usos permitidos y prohibidos de su propio cuerpo. De modos de vestir, de alimentarse y de reproducirse. También recibirá derechos, leyes que le protegerán y guiarán en su vida. Todos estos “dones”, necesarios pero también estratégicamente utilizados, consiguen “encarcelar” al recién nacido, que había nacido libre y desnudo, dentro de un cerco invisible pero más difícil de traspasar que los barrotes de una celda. Con esto se ha transformado al ser humano en un ciudadano de un determinado estado.

Queda claro entonces que no es lo mismo ser un ser humano, que ser un ciudadano, y esta diferenciación la resalto porque tiene toda su importancia.

Y bien; mientras sea ciudadano, su vida se regirá por las normas y reglas que regulan el funcionamiento del estado-nación al que pertenezca. El estado le ofrecerá derechos y, a su vez, le hará cumplir con ciertos requisitos. El famoso “contrato social” de Rousseau, que nunca se ha cumplido pero al menos nos sirve como explicación metafórica. Pero ¿qué sucede en aquellos casos donde la condición de ciudadano se pierde, o simplemente fue negada desde un principio? ¿Qué sucede con la vida del niñe que nace en una villa miseria, y no es “arropade” por el estado, y por tanto, continúa en calidad de ser humano, pero no de ciudadano?  ¿Goza de los mismos derechos que quien nació y fue integrado al estado? O veamos un ejemplo más extremo: los campos de concentración. ¿Son seres humanos las víctimas de los campos? ¡Sí! ¿Gozan del derecho que protege a otros ciudadanos? ¡No! Los campos de concentración son la condición más extrema pero a su vez la representación más clara, de que el ser humano, por naturaleza, no goza de ningún tipo de derecho que le proteja. Lo único que le protege, en la estructura social actual, es su pertenencia a un estado-nación. En otras palabras, cuando el ser humano pierde su condición de ciudadano, su vida pasa a ser desechable. Un dato curioso -y macabro-: ¡los nazis siguieron una regla a rajatabla antes de enviar a los judíos a los campos: primero, les quitaban su ciudadanía hebrea! Una vez “desnudos”, su vida no valía nada.

Me dirán ¿y a mi qué me importa? Es un encuadre para intentar pensar la situación de millones de personas que padecen, a diario, la tortura de ser humanos pero no tener ciudadanía. Por ejemplo, los ya nombrados marginales, quienes para muchos son desechables; los refugiados e inmigrantes, que al salir de su país y perder la ciudadanía que los protegía, pasan a ser un estorbo en el resto del mundo. ¿A quién le angustian las cientos de miles de personas que se ahogan en el océano intentando escapar de oscuros régimen que destrozaron sus vidas y sus pueblos? ¿O los que mueren de hambre, sed, acribillados o electrocutados intentado cruzar las fronteras? ¡Ah! ¡Pero se ahoga un hombre “bien” y el mundo conmocionado! ¿En qué se diferencian? Misma situación padecen los países oprimidos por dictaduras, guerras y/o estados totalitarios, que no respetan la vida de los pueblos porque han dejado de ser para ellos sujetos de derecho.

Actualmente el flujo migratorio es muy grande y va en aumento; así mismo la pobreza no cesa de agravarse y también la presencia de estados totalitarios es cada vez más común -disfrazados de democracia, como dice Galeano, «democraduras»-. Por eso reflexionar acerca de este tema se vuelve imperioso. ¿Vamos a seguir considerando un desecho a alguien tan solo porque se alejó de su tierra? ¿Hay personas que no merecen vivir?  ¿Podremos superar esta dicotomía, virtual, que los medios, al servicio del poder, no cesan de alimentar? Los campos de concetración nos dejaron una lección clarísima: el ser humano pierde todos sus derechos cuando su vida vuelve a estar al desnudo, sin “ropajes” que lo protejan, sin derechos que lo vuelvan un ciudadano.

Francisco Tavaglione.