Largo tiempo me costó entender cómo Kafka, que era una persona tan aguda, había escrito la siguiente frase:

“El destino: una jaula ha ido en busca de un pájaro”

Quiero decir: como frase me parece estupenda, porque representa de una manera extremada y salvajemente gráfica, casi como solo él lo puede hacer, la concepción habitual que tenemos del destino. Pero por otro lado, esa idea del destino, esa definición estática, inmodificable, inevitable, me hacía un poco de ruido, tal como me hace desconfiar cuando alguien justifica algo que sucedió “porque Dios lo quiso así”.

Pensaba: “Kafka, más allá de lo bueno de tu frase, y de lo bella que suena, y lo lindo de visualizarla, no podés pensar el destino como algo tan rígido, como si la historia del universo y todos sus componentes ya estaría escrita, y por tanto solo nos quedara a nosotros, actuar, creyéndonos libres, determinados movimientos que nos conducirán, en un determinado tiempo exacto, al destino preestablecido. Eras un tipo demasiado astuto para creer en esa ilusión, justamente vos, un destructor de las apariencias, un radiólogo de la sociedad, un poeta de la existencia…”

Pasaron aproximadamente quince años desde que leí esta frase. Y la volví a encontrar, una y otra vez, en varios libros de él, e incluso alguna vez, quizá, la haya puesto a circular en Facebook. Pero nunca le confesé a nadie mi desconfianza. No por recelo, ni por timidez. Si no lo hice fue por esos movimientos intelectuales que nos hacen esquivar, omitir, e incluso olvidar, al momento que se conversa con alguien, determinadas ideas. La pasé por alto, y ni siquiera cuando hablé con alguien respecto a este mi adorado autor, le planteé mi dilema. Y de repente, quince años después, como ya dije, o mejor dicho, después de quince años preguntándome lo mismo, acerca del motivo que llevó a Kafka a definir el destino de manera tan mundana, hoy desperté con una nueva idea, como si en sueños Franz me hubiese susurrado, de tocayo a tocayo, una respuesta al oído.

No es una respuesta magistral, grandilocuente ni rebuscada. De hecho, es demasiado simple como para que no se me haya ocurrido antes, e incluso, para cualquiera de ustedes, quizá sea completamente obvia. Pero en mi caso, y por eso me llama tanto la atención, por más ligera y sencilla que resulte, tardó nada menos que quince años en llegar al hueco de mi incertidumbre.

Me desperté, me preparé unos mates, y me senté a escribir sin rumbo. ¡Vaya los caminos del lenguaje! ¡Vaya su relación con absolutamente todo el universo humano! Ahora advierto que mi condición al empezar a escribir –sin rumbo-, era exactamente igual a mi pregunta acerca del destino: ¿Está estipulado, allá, al final del camino, o uno llega a él, contruyéndolo a cada instante? Esta breve reflexión indicaría que más bien se lo va construyendo segundo tras segundo, mediante elecciones, pero también mediante azares.
Y bien, decía que llegó a mí la respuesta. ¿Sáben cuál es? No quisiera que alguien, en base a su simpleza, y teniendo en cuenta que tardó quince años en abrirse camino hasta mí, concluya que mis patitos han sido mal alimentados durante su infancia, aunque quizá…

¡Bueno! ¡Basta de vueltas! ¡Se las digo! ¡Y no me importa si ustedes la andan divulgando por ahí! ¡No soy celoso de mis grandes descubrimientos! Es más ¡Divúlguenlo por todos lados! ¡Que nadie más tenga que pasar quince años afligido por la misma duda!

¿Saben que me dijo anoche Kafka al oído, tras tantas preguntas e insistencias por mi parte? Me dijo que era broma, que era una ironía, que le había parecido buena la representación, y que a su vez, representaba la concepción que se tiene del destino, pero que por supuesto no era la suya. Que le gustaba la ironía, porque no solo deja un mensaje, sino varios, y además de eso, mensajes que perduran en movimiento en el tiempo, tal como a mí me quedó durante quince años dando vueltas, haciéndome cuestionar, haciéndome responder.

Si él hubiese dicho: “el destino es inmodificable”, quizá me hubiese parecido un sopenco desde el principio y no hubiese seguido leyéndolo. En cambio, él dijo, con toda la sutileza de su estilo “el destino: una jaula ha ido en busca de un pájaro”, y con ella, me dejó larguísimo tiempo pensando en si detrás de aquella frase no había un doble sentido, una contradicción, hasta quizá, una trampa caza bobos.

¿O lo habrá dicho en el sentido griego de la tragedia, resaltado por Nietzsche? Maldición, la duda vuelve a nacer, y con ella, sigue teniendo efectividad la relatividad de la metáfora.