Cuando ya considero demasiado
el tiempo pasado en este umbral
me levanto y me pierdo en esa niebla de formas
de cemento y asfalto
y cuadrados de luz
que entregan cálidamente
la sospecha de una vida entera.
Indago la noche nutrida
de resplandores dorados
de ocaso protegido por tibias manos
y por ojos más tibios todavía
de paseantes tardíos.
Despacio se hunden en la noche los edificios.
El aire no tolera más que algunas
luces encendidas
en habitaciones solitarias, donde adivino
que otros como yo
inasequibles, secretos,
desenvuelven lentamente
las preciosas minucias
de su vida cotidiana.
Acompaño paredes y umbrales
que procuran separarme
de algo esencial.
El cielo, en verdad, no existe: sólo importa
lo que muestran las ventanas
-tal vez más lo que esconden.
*
Todavía mayor es el misterio de una cara.
(Quizá eso deseaba al internarme
en este cuerpo de perfecta geometría).
–
Imagen: House at dusk, Edward Hopper, 1935