Murió Alejandro Rubio, el poeta más poderoso de los últimos treinta años. Entonces gente postea, lo cual es perfectamente lógico, y selecciona algún poema suyo y se va armando una red de textos significativos; y alguien escribe, rápido, porque la situación lo amerita, y dice lo que puede en el registro que le sale. Y todo eso está muy bien. Pero en el revoleo algo me hace ruido: Martín Gambarotta escribe UN POEMA. Lo cual no tiene nada de malo, a no ser que es un poema horrible que no funciona y que resignó eficacia y potencia por la urgencia de la publicación. La bondad del poema, por supuesto, es discutible, pero me interesa el gesto: sacar rápido un artefacto estético que por lo general requiere de cierta maduración y, sobre todo, trabajo. Se me ocurre una estrategia posible: escribir poemas necrológicos que hablen de mis amigos poetas y guardarlos en una carpeta por si los llegara a necesitar. No importa Gambarotta, lo suyo es una anécdota. El problema es esta época hiper mediatizada, contra la cual la literatura quizá pueda funcionar proponiendo una lógica alternativa, incluso anacrónica. Entonces no guardemos ningún poema en el freezer de la computadora. Hagamos nuestro trabajo en nuestros propios términos, a riesgo de llegar tarde a todo, y dejémosle la inmediatez al periodismo amarillo, que ya hay bastante de eso en este scroll eterno gobernado por el clickbait y las fantasías rectoras de monetización.