Leer desde #1: El Comienzo
Troya Domínguez, comandante del Pelotón de Infantería de Villa Rosario, empieza su mañana trotando, desde el corazón de la Resistencia Socialista Limeña hasta el centro de Bahía Blanca, para cubrir una guardia inesperada.
El subteniente Troya Domínguez, un mono destartalado de dieciséis años, casi dos metros de altura, absorbente pelo negro y pseudobigote de mocos congelados, dejaba atrás el punto en que el arroyo Napostá se escondía bajo el asfalto y empezaba a remontar la ventosa calle Brown.
De su ancha espalda colgaban dos brazos inmensamente largos que le llegaban casi a las rodillas, terminados en dos manos inmensamente grandes, todo cubierto de abundante vello negro, lo que podría generar risas, sino fuera por la promesa inminente de venganza que exudaba su rictus furioso, un facón de casi un metro guardado en su vaina, el pequeño escudo urbano de algarrobo y una cicatriz, todavía fresca, que le atravesaba la cara de la oreja al mentón.
Debajo del poncho tricolor que lo cubría del frío, los bordados de su uniforme tampoco daban lugar a tibiezas. La bandera argentina con el fusil y el martillo de la Resistencia Socialista Limeña y el CJS de Canabineros Junto al Socialismo, coexistían con los nuevos parches ganados por ser uno de los Héroes de la Segunda Revolución, la estrella blanca sobre fondo negro que lo identificaba como miembro del Pelotón XIV de Infantería “Tripa y Corazón” y, en su charretera, el círculo plateado sobre negro de los subtenientes de la RSL.
Para su tranquilidad, y la del resto del mundo, el viento invernal parecía haber logrado su cometido de espantar a la gente de la calle. Atrás habían quedado los dos días consecutivos de lluvia y todos se preparaban para volver a la rutinaria sequía, aunque el cauce del Napostá siguiera alto, por las aguas que arrastraba desde las Sierras de la Ventana. Probablemente muchos ciudadanos saldrían con el sol, pero, a esas horas, las únicas personas que se cruzó Troya fueron los soldados de la Barbacana de Falucho.
Década y algo atrás, cuando el subteniente Domínguez ni siquiera había empezado la Formación Básica Limeña, los ingleses creyeron que la guerra ya había terminado. El Ejército Argentino no tuvo más opción que capitular ante la envalentonada British Army, que decidió tomar posición de la Municipalidad de Bahía Blanca para regir, desde ahí, sobre lo que bautizaron, con menos creatividad que nostalgia, New England.
Para demostrar su poderío, el general inglés William Peace ordenó abandonar su headquarter en la desembocadura del río Colorado en el Atlántico Sur, a menos de doscientos kilómetros de Bahía Blanca, marchando en tres columnas, que ingresaran a la ciudad por tres arterias diferentes, inoculando un didáctico mensaje de poder y terror en la población local, a tono con lo que había sido la guerra.
El mismísimo comandante Peace, atravesó sin mayores contratiempos la avenida Cabrera hasta la plaza Rivadavia, rodeado de vehículos blindados y soldados con el gatillo dispuesto, ante los eventuales reclamos e insultos de los locales. Pese a que no tuvieron resistencia, ejecutaron a unas docenas de personas, sólo para que quedara claro lo que se venía.
Otra de las columnas avanzó por la Carrindanga, dejó una guarnición para que tome posesión de las instalaciones del Quinto Cuerpo del Ejército Argentino y prosiguió por Florida, hasta la avenida Alem. El plan era continuar por esa arteria hasta el Teatro Municipal y, desde ahí, llegar a la Municipalidad por calle Alsina. Sin embargo, al pasar por la Universidad Nacional del Sur, la patriótica Milicia por la Liberación, brazo armado de la Liga Democrática, expulsó a sangre y fuego a los invasores, que entre insultos y corridas se terminaron dispersando por Barrio Universitario, llegando a la Municipalidad como pudieron, por las calles que pudieron, y con la sensación latente de que el objetivo de imponer respeto en los locales no se había conseguido.
La tercera formación, la más pequeña, ingresó por la rotonda de 14 de Julio y Circunvalación. La última comunicación que recibieron las demás formaciones inglesas fue dentro de Villa Mitre, en el mástil de las Cinco Esquinas, donde los invasores tenían la orden de arriar el pabellón argentino, remplazándolo por uno británico. La soberbia no le permitió al general Peace ver lo que estaba pasando, hasta que los primeros hombres dispersos de la segunda columna empezaron a llegar desde la avenida Alem.
En la siguiente entrega, la Barbacana de Falucho.