Leer desde #1: El Comienzo

El mayor limeño Miguel Larralde recibe la noticia de la muerte de su hermano menor en tierras del Círculo Argentino de Bordeu, durante una misión secreta. Juana Tizón, mujer del General Lima, le pide que no haga pública la muerte de su hermano, pero el mejor conductor de la RSL sale de la habitación furioso y sin saber qué hacer.


Con todo eso en la cabeza, Miguel Larralde siguió errando por la Sede, expresiva en cicatrices de bombas y proyectiles, de diversos tiempos y calibres, pasando sonámbulo frente a consultorios médicos con olor a diarrea, ruido a papeles de los perennes despachos limeños o el incesante transitar de laburantes acarreando objetos y mensajes de un lugar a otro, hasta que, sin proponérselo, el comandante de Motorizados terminó en el patio central.

El patio, que solía ser un bullicioso encuentro de las distintas vertientes que alimentaban a la RSL, con sus puntos de distribución de bolsones de alimentos, sus artistas y pregoneros de la CyC, sus gritos de batallas y festejos por las victorias, era ahora una triste sucesión de baldosas rotas, hormigón gastado y tierra, que empezaba a ser ganada por vegetación.

El Inexorable siempre había sido un tanto ermitaño, sin embargo, desde que Molteni intentara asesinarlo, todo se había radicalizado. Manuel Lima, odiaba el azar y el Chivo había sido parte de centenas de anécdotas que lo comprobaban. Odiaba que su vida y la de los suyos no estuvieran bajo su control, odiaba los imprevistos, las sorpresas, las traiciones y, luego de recuperar la conciencia tras dos días de agonía, odió depender de los tres centímetros que separaron el balazo de Molteni de su corazón.

Miguel Larralde estaba ahí cuando Angela Kurtz, flamante directora del hospital limeño de la AMBB, después de que la Traición asesinara a su predecesor, y Ernesto Conde, primus inter pares de la Cofradía de los Necromédicos, habían alabado lo positivo de la salvación y recuperación del Inexorable, a lo que, con un hilito de voz severa, el General respondió que “lo positivo hubiera sido que no me disparen”. Fue la última vez que se reunió con tanta gente a la vez.

Días después aparecería la “enfermedad”, como el propio Lima la hacía definir, que lo tenía confinado a una vida solitaria, salpicada por encuentros con su mesa chica, prácticamente encerrado en su despacho por motivos de salud, que no alcanzaban para justificar el desalojo de la Sede, ni las persianas bajas, ni las luces apagadas durante la noche, ni el relevamiento constante de sus guardias de seguridad.

Y así, durante semanas, el General estuvo indispuesto ante casi todos los pedidos de audiencia que el Chivo le había solicitado. Y no habían sido pocos, teniendo en cuenta la falta de suministros y lugares en la Cobija para los suyos, que estaban sufriendo desde el fin de la guerra.

Pero lo que más preocupaba a todos sus subordinados era la falta de Asambleas. Nadie cuestionaba que la última palabra fuera siempre de Él, pero en las Asambleas, las cosas se debatían, los argumentos se extendían, los roces internos se hacían más visibles y, los que lo conocían, sabían que Manuel Lima escuchaba y consideraba todo, hasta lo que decían a sus espaldas, pensando que estaba distraído hablando con otro.

Durante mucho tiempo se pensó que la “enfermedad” era una especie de fobia al Salón insonorizado, donde el fementido ex coronel de Fauna intentó asesinarlo, y casi lo logra (o por lo menos estuvo más cerca que los incontables y variopintos atentados contra su vida que había sufrido en el pasado) pero las reuniones generales no retornaron nunca, ni siquiera cuando el mayor Ricardo Lemarchand le ofreció mudarse a otro recinto.

Manuel Lima se reunía con pocas personas, que solían ser siempre las mismas: su mujer Juana Tizón, la enyesada jefa de espías Nora Russo, sus dos coroneles Trinity Álvarez y el también herido durante la Traición Héctor San Martínez, el administrador Lemarchand y, ocasionalmente, los titulares de las dos asociaciones médicas, que lo veían más por cuestiones de salud, que por la RSL. La mesa chica era día a día más chica, y el mejor conductor de la Resistencia se sentía cada vez más alejado de ella.

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