– Los locales de ropa están cayendo como moscas y Macri no sacó una emergencia por eso – se quejaba, hace unos años, alguien del rubro ante la emergencia agropecuaria.

Tras la sequía autojuzgada como histórica, Cambiemos apachuchó a los millones de ese grupo de fugadores y agrointoxicantes que solemos llamar “el campo”. Para las pymes con riesgo de quiebra o los ciudadanos que arañan la pobreza no hubo ayudas estatales, apenas la sugerencia de reconversión o emprendedurismo y las promesas constantes de un futuro mejor.

Esta selección no natural del libre mercado carece de novedad. Así fue en nuestra historia argentina, como en la internacional. Pasó con los milicos estatizando la deuda privada de los millonarios más millonarios en el 82. Pasó también en el 2008, con el rescate financiero a los bancos, en Europa y Estados Unidos.

Es el uso y abuso del too big to fail (demasiado grande para quebrar). La excusa de que la caída de un gigante va a dejar un hueco que sería terrible para todo el sistema financiero. El rescate de los poderosos por el bien de la humanidad toda o su contracara del derrame: si le sacamos impuestos a las megaempresas, van a invertir más en nuestro país. Inversiones que no se produjeron nunca en la historia porque los ricos tienden a la vagancia y prefieren dejar los dólares condonados en algún banco tropical, antes que laburar corriendo riesgos.  

Los liberales critican con hipocresía a los populismos. Cuentan las “escuelas que se hubieran construido” con el gasto de medidas heterodoxas como estatizar parte de YPF o subsidiar los servicios. Nadie cuenta las escuelas que se hubieran construido con la estatización de la deuda privada o el salvataje a los bancos. Seguramente hubieran sido muchas.

La imagen que acompaña este texto fue difundida por el macrista Ministerio de Producción y Trabajo, pero refleja los prejuicios de muchos más. La distribución económica hacia a los sectores más vulnerables suele ser vista como un vicio al que hay que abandonar, que se cataloga peyorativamente de asistencialismo o distorsión. Algo que se paga con nuestros impuestos y que sólo existe porque el libre mercado no llegó a su estado más utópico, donde sólo pasará hambre el que quiera.

¿Y por qué los sectores más concentrados de la economía nos ensartan con un sistema selváticamente implacable, mientras ellos son rescatados una y otra vez por un Estado que viven criticando y tratando de achicar? La respuesta simple es porque pueden. Porque millones de personas se embadurnan voluntariamente en consignas como “si no te ayudás vos, no te ayuda nadie”, “todo lo que tengo me lo gané trabajando” o “me cansé de mantener vagos” para defender, paradojalmente, a los millonarios más millonarios que son los más ayudados por el estado a lo largo de nuestra historia.

Sobre mantener vagos, bueno, de alguna manera, eso pasa siempre: o se distribuyen miles de pesos entre millones de pobres o se reparten millones de dólares, entre unos miles de atorrantes.