Vivir en una casa de dos pisos

  Vivo en una casa de dos pisos con cinco Lucas (incluyéndome).
Es una casa hermosa: de cinco habitaciones para cada quién.
Ahora estoy vagamente feliz porque estoy solo.
La casa está vacía. Y cuando la casa está vacía; siento que me pertenece.
Bueno: dije que vivo con cinco Lucas, y ahora considero necesario decir algo sobre ellos.

Está Lucas uno. Él es apenas un bebé: es el más tierno de todos nosotros, el más inocente y genial. Lucas uno tiene un brillo particular en sus ojos, y lo vestimos casi siempre con un jardinero de color amarillo. Tenemos siete jardineros para cada día de la semana, pero el que más lindo le queda es el amarillo. Aunque parezca sorprendente: Lucas uno es el que menos se parece a cada uno de nosotros. Supongo que eso está relacionado a que los bebes no desarrollan totalmente los rasgos faciales, ni tampoco la facción de sus ojos o la plenitud de su pelo: más allá de esto, consideramos que Lucas Uno es el más auténtico de todos nosotros, el más puro, aunque no sepamos con claridad la connotación propia de “pureza”. Lucas Uno duerme en una cuna muy bonita en una habitación para él solo.
 Bueno, en realidad mentí. El es el único que no duerme en una habitación única de forma solitaria. Quien se queda cada noche junto a Lucas uno, es alguien a quien decidimos llamar Lucas infinito.

Luego está Lucas diecisiete. Lucas diecisiete está enamorado: o cree estarlo. Lo cierto es que Lucas diecisiete cree en una concepción del amor un poco retorcida y pobremente romántica: algo que no comprenderá hasta muchos años después. Lucas diecisiete está en pareja con una chica dos años menor que el pero dos años aparentemente mayor. Lucas diecisiete va a la escuela secundaria y lee mayormente de noche, antes de ir a dormir. Lucas diecisiete lee puntualmente un block virtual de un escritor llamado Mauro Croche: en su mayoría son cuentos de terror, que luego Lucas diecisiete intenta imitar, aunque muy pobremente. Lucas diecisiete comenzó a escribir una novela de terror y ciencia ficción; una novela que abandonará en una semana. Lucas diecisiete es bastante flaco y esbelto: escucha mucho Charly García y Los Redondos; así que en su habitación suena durante la hora del almuerzo “Llorando en el espejo”; o “Música para pastillas”, una y otra vez.  También tiene la tendencia de decir en voz alta frases que considera intelectuales aunque la conversación no lo amerite; “si, es algo improbable, pero toda negligencia es deliberada” dice, y luego hace un ademán de aprobación para sí mismo. Lucas diecisiete fuma mucho porro: mayormente prensado; cree que las parejas que se drogan duran más, porque comparten sus miserias. Nos preguntó una vez si podía cultivar, y a pesar de que le dijéramos que sí: no lo hizo. Generalmente vive afuera de la casa y siempre lleva en su mochila muchos libros aunque luego no vaya a leerlos. A pesar de que lo ignora, Lucas diecisiete con este gesto marcará un especie de cábala que acompañará al resto de los Lucas que lo proceden en años posteriores (me incluyo en esto).

  Está Lucas cincuenta y dos, creo que es el más alegre de todos nosotros. Tiene una gran barba canosa y se encuentra con muy poco pelo; pero eso no parece molestarle. Él trabaja de pescador: así que la casa se tiñe de un particular olor a mar. Lucas cincuenta y dos habla demasiado: generalmente en la mañana. Espera el momento oportuno para dar charla: ese momento suele ser cuando Lucas Diecisiete le acepta el primer mate. Entonces comienza a narrar historias innecesarias que finalizan con alguna moraleja, también innecesaria. Cuando ocurre esto, Lucas Diecisiete lo mira pasmoso y extraño: luego lo ignora. Cuando ocurre esto y estoy presente, en cambio, me gusta preguntarle, “y que significa la moraleja”; a lo que me responde: “no sé, pero es una historia bonita”. Esto ocurrió en más de una ocasión. Lucas Cincuenta y dos no nos quiere contar que fue de su vida en esos casi treinta años que nos separan. Le gusta el misterio: y siempre que junto a Lucas Diecisiete intentamos saber de su historia, nos dice: “pasó lo que tenía que pasar”. Cuando insistimos de más, nos devuelve una frase diferente cómo: “es mejor no saberlo”; o “la felicidad es algo que no es planeado”. Son frases hechas, pero le dan a Lucas Cincuenta y dos cierto aire sabio. Lo único que creemos saber de Lucas Cincuenta y dos, es que viajó a Egipto: ahí mismo se hizo una cicatriz en su mano izquierda que se ve muy claramente cuando nos acerca un mate. Pero no sabemos si es cierto. Lucas Cincuenta y dos cambia la historia cada vez que le preguntamos: algunas veces dice que la causa de la cicatriz fue la consecuencia de una discusión con un nómade de la tribu beduina: el nómade saco un sable a modo de amenaza y en un ataque cauteloso le hizo un enorme tajo en su mano izquierda. Otras, ocurrió faeneando un enorme pez en el mar una noche de tormenta. Otras, solamente dice que siempre estuvo allí; entonces nos miramos las manos y algunas veces creemos verla. Lucas Cincuenta y dos se encuentra leyendo a Kurt Vunnegut: así que últimamente las conversaciones de cada mañana están orientas a este entrañable escritor: “sabías que los trafalmorianos, unos extraterrestres que aparecen en muchos de sus libros, ven todos los momentos al mismo tiempo. Pueden ver cada estrella que fue, donde está, y donde estará de modo tal que el cielo es un enorme conjunto de líneas interconectadas entre sí. Pero si bien puede ver el mundo temporal completamente, no cambian los hechos.” Luego fuma tabaco en una pipa de madera bastante grande hecha con la raíz de una rosa y deja escapar el humo muy lentamente.

 Ahora imaginen a Lucas infinito: es el único de nosotros que no tiene un cuerpo propiamente dicho. Digamos que es aire, o una entidad energética que por lo general suele definirse cómo “fantasma”. Con Lucas Diecisiete y Lucas Cincuenta y dos coincidimos en que Lucas Infinito es la representación de nuestra muerte. Es decir, el resultado general de un destino implacable. Todavía no sabemos qué está haciendo Lucas infinito con nosotros; desconocemos si alguna vez se irá. Solamente sabemos que no almuerza, ni bebe mate, ni cena. Tampoco habla, ni duerme. Solamente está presente: algunas veces le leo algún fragmento de un poema o cuento que me gusta mucho, y parece que atrapo su atención. Esto lo sé porque el color transparente que lo caracteriza cambia levemente a otro tono: considero que esto responde a un estado de ánimo que aún conserva luego de su experiencia terrenal. Más allá de su indiferencia, nos sentimos a gusto con él, sobre todo porque cuida de Lucas Uno. Lucas infinito a veces toma la apariencia de lo que podría definirse cómo una persona: otras veces, se vuelve una forma muy difícil de definir. Él es el que más tiempo pasa en la casa. Hubo algunos momentos excepcionales, cómo en nuestro cumpleaños, que la abandona. El día de nuestros cumpleaños decidimos ir los cinco juntos a caminar por la plaza. Lucas uno iba en un carrito que era llevado por Lucas Cincuenta y dos. Lucas Diecisiete caminaba forzando una postura demasiado recta. Lucas infinito flotaba en la izquierda del carrito en dónde se encontraba Lucas uno. Yo caminaba lento: dejaba que me saquen la suficiente distancia cómo para poder ver sus espaldas y pensar: ¿Qué es lo que yo estoy haciendo acá?

 Yo soy Lucas Veinticuatro: trabajo en una escuela técnica dando clases de Literatura y Prácticas del Lenguaje. Creo que ser docente es un trabajo honesto, aunque no sé con claridad qué es un trabajo honesto. No me gusta cocinar, pero no me molesta tener que cocinar si es necesario. Tampoco me gustan los bebés, porque tengo miedo de que se me caigan cuando los alzo a upa. Los veo tan frágiles cómo una bolsa de cristal, pero tengo una entrañable afinidad con Lucas Uno: me preocupo por él, y no me molesta cuidarlo. Cómo dije, doy clases en una escuela: tengo seis módulos, me pagan poco pero al menos me alcanza para cubrir el internet, la comida y comprar libros que me gusten. Doy clases en la misma escuela a la que asiste Lucas Diecisiete, aunque no doy clases en su mismo curso. A veces nos cruzamos en el pasillo, y entonces nos miramos saludándonos solamente con la mirada y una leve afirmación que realizamos moviendo levemente el mentón hacia abajo. Sé que al no le gusta que haga lo que hago, pero en algún momento lo entenderá. A diferencia de los otros Lucas, tengo una certeza; en todos los atardeceres quisiera ir hacía algún lugar dónde el dolor no llegue. También aspiro ser un escritor, aunque no sepa con claridad que significa ser un escritor. Aspiro ser un poeta, aunque no sepa con claridad que significa ser un poeta. Escribo con una intención, aunque no sepa con claridad cuál es esa intención. Solamente tipeo y ataco el Word de la Notebook con la suficiente ambición para guardar lo que escribo y leérselo luego a Lucas Infinito. Ahora ustedes se preguntarán por qué me encuentro solo en la casa, cuando dije que en realidad Lucas Infinito nunca la abandonaba. Bueno, esto se debe a un momento excepcional: todas las ausencias se deben al accidente. Quiero decir algo: Lucas Cincuenta y dos y yo llevamos una cicatriz en la cabeza. No es una cicatriz lo suficientemente exagerada cómo para considerarnos horribles, pero tampoco es una cicatriz lo suficientemente pequeña cómo para pasar desapercibida. La cicatriz está por encima de la oreja derecha y si me levanto el pelo pueden verse cinco puntos cómo manchas lisas del color de la piel. Lucas Diecisiete es el único que no la tiene; porque precisamente el no tuvo aún el accidente, o mejor dicho: lo acaba de tener pero aún la cicatriz no es una cicatriz, sino una herida fresca. Junto con Lucas Cincuenta y dos sabíamos de la hora, el día, y el momento exacto del accidente, pero decidimos no comentárselo: porque recordamos que así ocurrió para nosotros de igual forma cuando también teníamos su edad. Así que allí están todos, reunidos en una sala de hospital esperando que Lucas Diecisiete despierte. Yo dije que iría lo más pronto posible, pero mentí. Voy a tomarme mi tiempo, solo porque hoy es lunes y no tengo que trabajar. Solo porque hoy no hace ni mucho frío, ni mucho calor. Solo porque hoy hay un viento furioso. El viento furioso arrasa las bolsas de basura de las calles. El mismo viento golpea con la misma furia las ventanas de las habitaciones. El mismo viento trae el olor del mar.