Pseudo transa de una escuela preparatoria

 Quince años antes de mi diagnóstico de autismo, el año en que me corté todo el pelo con unas tijeras dentadas, escondí una bolsita de porro en el armario de mi  habitación. Estaba, como siempre, tratando de impresionar a una piba. Este acto podría haberme costado mi beca de la escuela privada. Este acto tenía el potencial, en ese momento, de hacer que me echaran.
 Pensé que Mona valía la pena.

 Mona era una violinista alta, una pelirroja de piernas largas y cachetes de color manzana. Ella compraba ramen seco en el quisco de la escuela y lo comíamos en mi piecita; lo llamamos Fiesta del Cáncer, porque Mona decía «esta mierda definitivamente te causa cáncer». Mona, para mí, provocó un sismo bajo las hojas secas de aquel septiembre lleno de maravillas.

 Ese día fuimos al comedor descalzos, tomamos limonada fría de la máquina y después fuimos a su habitación.

«Sentate», se rio, señalando la litera inferior. Me senté. Mona sacó una paquete de matzo, un cuchillo de mantequilla y un frasco de vidrio de mantequilla de maní natural de un estante sobre su escritorio.

«Estas son galletitas saladas dietéticas», revisó, mordisqueando una. Luego desenroscó la tapa de metal de la mantequilla de maní natural, la cortó con el cuchillo de mantequilla y la esparció en una capa gruesa sobre la galleta restante. Ella tomó otro bocado.

“Ahora son galletitas saladas  anti dieta”, declaró, y luego trajo todo para que pudiéramos compartirlo. Nos acomodamos ahí mismo por un rato con nuestro paquete de matzo, mantequilla de maní y limonada, escuchando a Fiona Apple en una castidad exquisitamente ansiosa. Me sonrojé cuando nuestros codos se rozaron.

Luego hubo una serie de fuertes y frenéticos golpes en la puerta. Mona desdobló sus largas piernas de la cama (malhumorada, pensé) e hizo una especie de danza pavoneándose hacia el intruso.

La frenética llamada a la puerta era la amiga de Mona, Beefy, sus ojos oscuros, muy enmarcados en kohl, tan rojos como una tormenta de arena en Marte. Irrumpió en la habitación escasamente decorada de Mona y nos miró con ojos salvajes y desesperados.

—Están revisando las habitaciones esta noche, Mona —dijo presa del pánico. «Tenes que ayudarme»- dijo, y le lanzó una bolsita Ziploc. La bolsita Ziploc estaba llena de una sustancia negra pardusca que más tarde supe era porro.

“Nos encargaremos de eso”, dijo Mona. «Tráeme todo lo que tienen», luego, cerrando la puerta y volviéndose hacia mí con una sonrisa pálida dijo : «Por el amor de Dios». Mona suspiró, se estiró. «Puede que tengas que despejarte un rato. Tengo que lidiar con esto.» dijo.  Asentí, y le metí un trago a la limonada.

“Esperá”, dijo Mona cuando me iba. «Mejor si no lo guardamos todo en el misma habitación» dijo, y me tendió una bolsita Ziploc llena de porro.

«Uh, sí, claro, genial», tartamudeé, metiéndolo todo en mi bolsillo.

Mi dormitorio estaba casi exactamente al lado del de Mona, pero caminé penosamente por la corta franja del campus en alerta máxima. ¿Qué pasa si el Decano de Estudiantes me atrapa? ¿Qué pasa si se me cae la bolsita y alguien la encuentra? Entendí a Beefy de repente. Las drogas te vuelven paranoico, incluso si nunca las has tomado.

Llegué a mi habitación y enterré la bolsita en mi armario, debajo de dos maletas. Toda una guarida. Sin ningún riesgo, a menos que se lo dijera a alguien. A no ser que. A no ser que.

Mona me llamó más tarde para contarme, en una especie de clave, el botín de la noche. “Tenemos tres limpiadores de TUBERÍAS, CUATRO TAZONES de ramen, SIETE masajes para el dolor de ARTICULACIONES y una BOLA MÁGICA”.

«Oh, genial», dije, como si este tipo de cosas fueran el rigor en mi vida.

Un par de días después, llegó el momento.

“Gracias, man”, dijo Beefy mientras metía la bolsita dentro de su gabardina blanca de Dior. Parecía que todos los niños de la escuela (o todos los niños cuyos padres pagaron la matrícula) tenían alguna versión de una gabardina blanca de Dior. Como un letrero de neón que decía RICO.

—Me habrían expulsado —estaba diciendo Beefy. «¡Te debo una, man!» Asentí, mis nervios estaban más allá de la reparación. Mi breve carrera adolescente como transa de faso había terminado. Y lo peor fue que Mona suspiró y dijo:

«No sean tan trolo.»-

Todos, eventualmente, pasaron del segundo año, con gabardinas y con hábitos adictivos y todo eso. Mona comenzó a pasar todo su tiempo libre con Andrew, quien tenía drogas más que suficientes para que otro cómplice de ojos saltones las escondiera.

Pero hasta el día de hoy, la música que contiene a violinistas hace que todo mi cuerpo se estremezca.

                                                               

Traducción del relato:

«PREP SCHOOL DRUG MULES» escrito por Sadie McCarney y publicado en la revista HobartPulp. Sadie McCarney: es una escritora e intérprete queer neurodivergente que reside en la Isla del Príncipe Eduardo, Canadá. Su prosa ha aparecido anteriormente en PANK Magazine y McSweeney’s Internet Tendency , mientras que su poesía ha sido publicada en Best Canadian Poetry, The Gay & Lesbian Review , The Walrus, Grain, The Puritan y Room, entre muchos otros lugares. Su primera colección de poesía es Live Ones (University of Regina Press, 2019/ tall-lighthouse uk, 2020); también es la autora del texto de interpretación de poesía encontrado/memorias de salud mental, Head War (Frog Hollow Press, 2021/ Island Fringe Festival, 2021).