El arte, escribió Enrique Symns, fue lo que hizo alguna vez que las mujeres y los hombres se levantaran de sus asientos y bailaran hasta el amanecer Griego, mientras los poetas cantaban aquello que decían ver oculto más allá de la realidad material. Ese juglar era un artista. Cantaba las bellezas exuberantes que los dioses nefastos arremetían contra el espíritu humano. Cantaba, porque de ese modo y solo de ese modo sentía en la profundidad de su corazón un atisbo de esperanza: un fino hilo de oro entre oropeles vacíos.  
 Pensando en esto, queridos amigos, fui el viernes a Bailotage para presenciar el espíritu que recorre el campo contemporáneo de un nuevo género. Allí, en Avenida Colón, me encontré un grupo de pibes de más o menos mi edad: haciendo lo que venían a hacer: su música. Este hecho, no es un hecho menor, al contrario: es un hecho totalmente significante, más en un contexto dónde se pone en tela de juicio el título de «artista» cómo también el de «músico».  Este hecho, es en definitiva; un hecho que inspira. Pienso en Symns nuevamente, es cierto que en la actualidad se pueden considerar a los artistas contemporáneos, músicos y escritores, poetas y actores: “cómo cadáveres expuestos en vitrinas que, en fin, son tan vacías al igual que sus obras”. Frase que se traduce en un principio: “no hay diferencia, todo es igual disfrazado de lo mismo”: obras que vagan de salón en salón, en museo en museo, pero sin corazón. Sin embargo, a veces existen seres excepcionales, que se destacan porque deciden arriesgar y encuentran en esa vorágine de caos y repetición su propia personalidad, o en casos verdaderamente trascendentales: el estilo propio, parte de una esencia. Cuando Jimi Hendrix decidió incendiar su guitarra en su show de California, tuvo estilo propio, fue esencial en la historia de la música. Cuando el Indio Solari, junto a Skay Beilinson y la negra Poli se corrieron al margen de la industria para vivir de la música bajo sus propias leyes, también lo fueron.  Bajo los parámetros de la historia extranjera, cómo también de la nacional, es fácil sentir presión;  es tan fácil como sentir también la inspiración. La primera desaparece cuando hay autenticidad y honestidad de por medio. La segunda es una fuente de combustible necesaria.
 Escribo esto y pienso en el viernes. El viernes, allí en Avenida Colón, me sentí parte de algo difícil de definir. En Bailotage noté gente de distintas generaciones bailando, pogueando y cantando canciones de algo que desconocía: el grunge (o trap o rap o como quiera llamárselo): un ambiente sonoro que por momentos rozaba la melancolía etílica de Chéjov junto a la mirada cínica y certera de Bukowski sobre los pequeños y miserables actos de la vida diaria. Canciones que coreadas por un público eufórico transformaban el dolor en algo que sublima nuestra cotidianeidad: aquellas demoledoras y vívidas ocurrencias de Rimbaud sobre la sordidez que se esconde tras los modales de la convivencia se volvieron polvo y música en un instante. Dillom, cómo algún poeta maldito: provocó con aquella sintonía algo familiar y distante; un show que fue la patada en el culo a todas las promesas de una vida supuestamente normal: a la dicha y a las normas de lo corriente (tanto lírica como musicalmente hablando); fue punk,  retazos del noise rock, la vulnerabilidad y por qué no: la dulzura.  Al salir del recital llegué a una conclusión: cuando dicen que no hay músicos en Argentina que «valgan la pena», me parece un error, mucho más grave es creer que el arte está en decadencia. No queridos amigos, la concepción de arte como la del artista cambia: se transforma. El arte no te da lo que queres, sino lo que necesitas y no sabías que necesitabas. Hay, definitivamente, hay artistas. Artistas: que pueden o no agradar sonando en el estéreo, pero que en fin, deciden dar su show: como dirían los brujos, de forma impecable. Los recitales son la clara manifestación de la impecabilidad, como así también de la defensa de la propia creación, porque en el carnaval de nuestra vida desempeñamos el papel que las circunstancias nos indican.  Hoy; este es mi papel ¿y el tuyo, cual es?