Hay algo con lo que me empecé a familiarizar de a poco día a día.

Me empecé a mirar al espejo y a no odiarme.

Empecé a poder agregar cosas buenas en mi lista de cosas buenas y malas que alguna vez me pidió la psicóloga que escriba.

Mire a mi alrededor y vi al fin que lo que tengo lo conseguí sola, y no…este no es un texto que hable de que todo se consigue trabajando, porque hay muchísima gente en este país a la que no le es fácil encontrar un trabajo.

Me reconcilie conmigo, después de más de 25 años odiandome, me abrace y me dije «todo va a estar bien».

Había algo en lo que pensaba cuando estaba sola y nunca se lo dije a nadie.

Mis ganas de maternar, no desde la presión social, ni las costumbres, si no desde el deseo auténtico.

Mis ganas de ser amada por mí y por quien quiera acompañarme, mis ganas de trabajar de algo en lo que realmente yo siento que soy buena.

Nunca se lo dije a nadie pues mi imagen de chica «orgullosa» y anti maternidad, pecando de adultocratica era algo que debía mantener.

 A muchos convencí con mi discurso de porque quiero romper con las costumbres de casarse y formar una «familia», pero así también me convencí de que no podía amar…a nadie ni siquiera a mi misma.

Me perdí en mis propios pensamientos, confundí conceptos con experiencias traumáticas y me encerré.

Elegí parejas que me hicieron mucho daño, acepte estar con gente que solo me usaba por el simple hecho de sentirme libre.

Y así fui manchando mi alma y bajando mi autoestima.

Ahora, al fin se lo que valgo, me estoy aprendiendo a amar y a amar a los demás.

Hoy hablé con mi abuela, y mirando al cielo le pedí fuerzas.

Para seguir por este camino, para darme una oportunidad y para empezar a crecer emocionalmente.

Continuará….