La pequeña princesa Helena bajaba de dos en dos las interminables escaleras. En la interminable mesa de desayuno, interminables fueron las veces que miró el reloj. Ya casi era hora de ver a Syrax. Cada noche Helena soñaba con sobrevolar el castillo y dejarlo a la sombra de su piel dorada. Las frías paredes se desvanecían quedando solo el ardor del fuego en su eterna lucha de equilibrio. Los muros impenetrables no podían contra su vuelo que alcanzaba, si quería, las nubes, tan lejanas desde la ventana de la torre. 

Era hora, cuando sintió el aleteo cerró muy fuerte los ojos y susurró para sí: cuando sea grande voy a ser dragón o no seré nada. 

Ya en su guarida, Syrax, pensó en la niña dorada de la ventana. Esa noche soñó otra vez que bajaba por las interminables escaleras, hacia la interminable mesa. Los muros y los bellos salones del castillo de Helena, parecían resguardar la soledad. 

Susurró entre sueños: cuando sea grande voy a ser princesa o no seré nada.