Mirá las cicatrices. Se bancó
temperaturas extremas siempre:
agua helada en verano, y caliente
desde marzo. En días de calor
solía transpirar igual que yo,
y mirando atardeceres de invierno
con el mío se mezclaba su aliento.
La boca de metal se deformó
y había que pegar de tanto en tanto
la piel de cuero, pero igual quince años
aguantó todo, y cebe que cebe.
Al final hasta las cosas se nos mueren:
una grieta y empezó a perder agua
como un pulmón al que le entra una bala.