Converso con una chica linda, de mediana edad, medianamente educada, con linda voz. Tiene un pirsin en la nariz y me parece que tiene todos los dientes. Me gustaría hacerle cosas. Me dice que es muy roquera y que tiene un oído muy fino, que elije con total libertad la música que escucha.
Le digo que la libertad en relación al gusto es un poco ilusoria, que está limitada y predeterminada por muchas cosas. Escuchás AC/ DC, por ejemplo, porque cierto mercado (mediante radios, revistas, diarios, la tele, la red, etc.) lo puso a tu alcance. Pero todavía no escuchaste, por ejemplo, Greatfull Dead, porque el mercado no te lo puso a mano ni te lo vendió con sus trucos. ¿Quién sabe cuántas bandas como AC/DC o mejores había en Australia en 1973 que solamente escucharon los que eran del barrio de esos pibes porque la banda esa nunca llegó a la radio?
Y le digo: no solamente el mercado por sí mismo recorta y acomoda tus elecciones. Porque nuestros criterios estéticos que suponés meramente subjetivos están modelados por la cultura. Los modos de funcionamiento del gusto son básicamente sociales, históricamente van superponiéndose y modificándose mutuamente. Por ejemplo, vos ya dijiste dos veces en esta charla “sobre gustos no hay nada escrito”, sin considerar que hay muchísimo escrito al respecto y muchísimo dicho y vivido que compartimos y llevamos encima.
“No, no, no -se enoja ella- a mí nadie me impone nada, todo depende de cada uno, yo elijo, el disfrute es muy individual, si no yo escucharía bachata o a Marco Antonio Solís”. Pero decía elegir y entrelíneas se quejaba de haber vivido con obligaciones y limitaciones (laborales, familiares, económicas, sociales, etc.) toda su vida. En fin, que se enojó mucho porque un poco relativicé su ilusión de libertad estética, y ya no voy a poder hacerle cosas.
Pero más allá de mi fracaso social y sexual, me quedé pensando en que una de las características de esta época es que la cultura neoliberal le propone a la gente que todo el tiempo puede elegir y que las alternativas de esa libertad son ilimitadas. Mientras, la gente está más condicionada y controlada que nunca, como si fuera cada uno un bebé que siente que los cinco juguetes que cuelgan arriba de su cunita son todos los planetas del universo y manotea feliz en su ínfimo mundo.
Pareciera que la aceptación bastante acrítica de la idea de opción que presentan los mercados, opción siempre activa e incompleta como el deseo mismo, es el ejercicio actual más efectivo para el control social. Diría, groseramente, que hay cierta astucia del mercado que sabe confundirse con los mecanismos del deseo.