X.

a mucho progre la corrección política le sirve de excusa a su pereza intelectual. por ejemplo: la orden de «no discriminar» les resulta utilísima para evitar el trabajo de distinguir una cosa de otra. el amor no vence al odio. no seamos giles. cuando mi prima cris y sus soldados dicen que «el amor vence al odio» ejercen una táctica discursiva. eso no quiere decir que haya que tomárselo a pecho. clavate un poco de la impiadosa historia y verás que nunca, de ninguna manera, es así. amor y odio son tal vez los polos más fácilmente identificables para las mayorías en referencia al complicado asunto político de «el bien y el mal». entonces, la figura es útil para separar con la lengua las aguas mayoritarias de las playas apropiadas por los poderosos. esto ha sido entre nos de uso textual más o menos apropiado: en el momento en que parece que hace falta, dada la coyuntura y sin mentar anticapitalismos dogmáticos. es un uso clasista solapado: el peronismo -alfa y omega de la política argentina contemporánea- no admite discursos explícitamente clasistas, aunque los implique hasta la médula. (salvo aquellas antiguas, enrarecidas y juveniles -un poco forzadas como todo lo joven- excepciones setentistas). ven ustedes cada vez más groseramente esputado el odio, y lidian ustedes -oh amor militante- con los distintos tonos de la derecha ejerciendo ese «odio irracional», cada vez más bruto. y se enojan un poco, e intentan disquisiciones psicologistas, etc. hay un error allí en v(n)uestra indignación ante el odio, una banalidad. es banalidad en tanto subsume un problema político en cierta moralidad de entrecasa. ya sabíamos que lo de «los buenos y los malos» aplicado a la política es discurso de derecha funcional a la derecha. de ahí todo su énfasis en «la corrupción», asunto tan de morales solas ¿tanto western nos hizo olvidar cómo pasa la historia? que el tópico del odio/ amor pueda ser ocasionalmente útil a «nuestro» discurso público no debería distraernos. en retórica, a esto de encajar un aspecto relativamente parcial en el campo central se le llama falacia por reduccionismo. o: árboles verbales que obnubilan la visión del bosque. este odio que públicamente se te enrostra, compañero, no es una enfermedad de «gentes malas» (como diria iorio), ni es un vicio nacional, ni es un problema moral, ni es una abstracción. es una expresión de las tensiones de clase, el viejo y querido motor de la historia. me dirás «no, mirá, el taxista es de clase media baja y me sacude ese odio…». tendrás que considerar que el problema de clases no es hoy tan mecánico, que mucha gente reproduce el discurso y la actitud vital que no corresponde a su clase sino a aquella a la que aspira a pertenecer. tendrás que leer el librito de adamovsky sobre la clase media argentina, y releer la interpretación de la dialéctica del amo y el esclavo de hegel que hace kojeve. dirás que los discursos odiadores se parecen mucho al viejo gorilismo. sí, ¿y qué? ¿desde cuándo la repetición es un criterio de verdad? ¿alguien todavía les teme a los golpes de milicos? aquí, compañero, hay otra falacia retórica: la falacia de acumulación. y eso del «golpe blando» es una mariconada. si la derecha convence a la gente con los recursos que efectivamente tiene o el capital financiero nos come, es que perdimos la pelea política. me dirás que bien dice zizek que el odio de clase no se origina ahora en el egoísmo liberal -tan activo en nuestra cultura- sino en una especie de envidia preventiva post estado de bienestar: el pudiente no quiere más casipudientes que hagan más apretado el lugar de los pudientes, y necesita un pobre para seguir sintiendo que hace la diferencia. pues eso no hace al odio más o menos débil, ni le quita lo clasista. y no me vengas con que «es difícil conseguir una sociedad armoniosa cuando tenemos un veinticinco porciento de odiadores de derecha». si tu aspiración actual es que la gente toda y para siempre se ame, decidite por la newage (que tanto le cabe a la peor derecha) y olvidate de la politica de izquierda