A todos nos llega el día en el que pensamos que no podríamos estar peor.

En ese momento, nuestras lágrimas conforman un diluvio que pretende no tener fin. 

Ese día nos preguntamos «¿por qué? «.

¿Por qué me dieron esta vida que jamás pedí?.

¿Por qué me causa tanto daño mi existencia?. 

¿Por qué siento este dolor que se esparce por mi pecho, mi mente y mi alma?.

¿Por qué…? 

La triste realidad es que justo en ese momento no lo sabemos, y puede que jamás lo sepamos

Tal vez, si lo supiéramos, nuestro sufrimiento sería menos malo. 

Puede o no que exista  aquel día, donde abriremos los ojos, y las únicas lágrimas que recorran nuestra mejillas, serán por risas desenfrenadas.

Ese aliviará todo en nosotros, y nos enseñara el porqué, que tanto anhelamos. 

Entonces, comenzamos a entender.

Entendemos que lo que pasamos, lo que luchamos  y lo que padecimos, solo fue parte del camino que lleva a conocer la verdad. 

Y esa verdad,

nos da alivio,

nos da paz,

pero sobre todo,  nos permitió encontrarnos a nosotros mismos.