Leo por ahí que el yuyo verde del tango es -¡otra vez!- el porro. Es que iban «perdidos» de la mano y «soñando en vano», por eso lo dicen. Medio que me parece una pelotudez: ¿para perderse o soñar hay que estar endrogado?

Pero la letra de Espósito dice, además, «brotó este yuyo verde del perdón». La ramita así dicha no es faso sino que es más bien una contraseña, un talismán para atravesar la tragedia del fin del amor que les permitiría a los amantes seguir juntos bajo el cielo de verano.

El yuyo verde entonces se parece, más que al faso, a aquella rama dorada que les permitió a Eneas y a su maga ser «perdonados» por Caronte y atravesar el infierno. Estamos hablando de símbolos originados en mitos, no de droguitas. O tal vez también de droguitas, pero cuenta poco.

Está además el verso de “Yuyo verde” que dice «de tu país ya no se vuelve», la cosa directa y tanguera de identificar a la mina con la patria. Y otra vez la mitología: si no podés volver de cierto país es porque nunca te fuiste y siempre lo tenés adentro, como Eneas o como Ulises.

El tango también como nostalgia, como dolor por la tierra, que puede ser un país que se extraña o esta misma tierra extrañada. Ahí mete mano Borges: “Cuentan que Ulises, harto de prodigios,/ lloró de amor al divisar su Itaca/ verde y humilde. El arte es esa Itaca/ de verde eternidad, no de prodigios.”

El país del que no se vuelve es, en el tango, una chica. Y en Itaca estaba Penélope, claro. Una mujer que se extraña y que es también la tierra a la que se habrá de volver, la patria. 

Y entonces viene Charly y desteje y escribe “Huellas en el mar”, un groso tema que huele musicalmente a tango y que poetiza sobre el exilio, como si fuera Ulises el que habla: “Por qué tenemos que ir/ tan lejos para estar acá.”