Dorñak tenía sabañón entre sus dedos.
Cuentan que entre los arpegios del piano los frotaba,
los frotaba y cantaba:
Domine, dilexi decorem domus tuae.
He amado, Señor, la belleza de tu casa.
Dorñak dormía en la primera habitación
profundo
hasta donde no llegó
el grito, el estampido, el reventón
el crepitar de sus huesos
después del trueno
de un rayo al mediodía.