Las columnas de polvo se alzaban de la red de trincheras y se mezclaban en el viento que azotaba la planicie del valle. Formaban en él un manto que ocultaba el movimiento de las tropas del Voluntariado, que se replegaba de las ruinas de Phonsavan. Entre las fosas, se veían los rastros de campos de arroz y casas de poblados arrasadas por explosiones, los cráteres profundos más o menos rellenos según la fecha de la batalla que los había inscrito.

Hasta allí habían llegado en su lucha contra la invasión de Desh al Estado de Laos, pero no era posible sostener la saliente sin apoyo, se lamentó Kanshisha Okada. La comandante se hallaba en un avión coloso estacionado en lo alto del cielo, por encima de la montaña de Phou Bia, su cabina encapsulada bajo cañones, lanzamisiles y los motores de reacción alimentados por el reactor nuclear. Eran las armas más avanzadas que había logrado obtener el Ejército Voluntario.

Suficiente para confrontar a los reyes sometidos a Wadiyar, sus tropas equipadas de manera similar, pero las columnas acorazadas de Desh requerían más poder de fuego del que tenían para detenerlas. Para peor, los dragones ya no eran como esa criatura de cristal quebradizo a la que ella había arrojado al mar del Japón, las hijas de Candamaruta hacían honor al lugar supremo que tenían en la jerarquía militar de su imperio.

Un destello viajó de un árbol al norte de la montaña hasta el visor de Kanshisha. Ninguna potencia había mostrado interés en detener al régimen transhumanista, tan solo el Estado de Vietnam les permitía el uso de su territorio. Se veían los próximos en la lista: llegaría la demanda de alojamiento de tropas en su frontera con el Estado de China y sucedería ante su negativa, igual que con su vecino. Otro destello llegó del valle al sur, Desh se presentaba al fin.

—La pinza se cierra— comunicó, reservada, al resto del escuadrón que cubría el valle, y se dirigió al pueblo: —¿Estado de la evacuación?

—Los frentes cubiertos con títeres al cien por ciento, el centro de control al noventa y tres por ciento, comandante— respondieron desde la base en Phonsavan.

—Que la guardia me transfiera sus tareas y evacue a Muang Kham. Allí, preparen la siguiente línea y un golpe al sur. Cada momento cuenta, arruinemos el suyo— ordenó, la furia sensible en un apretón de dientes.

La base confirmó las instrucciones y el coloso de Okada recibió información de todo el campo de batalla. La frecuencia de los disparos incrementaba a cada segundo, cubrían la actividad frenética detectada tras las filas enemigas. Dispuso que los títeres se resguardaran ante el bombardeo inminente del frente, y a la artillería se preparase para la contrabatería. Entonces, se dirigió a los otros colosos:

—Compañeros, hermanos de la hora aciaga— comenzó con un nudo en la garganta, —atendimos el llamado a detener el genocidio cuando el mundo miraba hacia otro lado, a sabiendas de que nos expondríamos al sadismo dragón y su devastación. Hemos desviado los planes de Dathuraja y la obligamos a venir a enfrentarnos, por lo que el Ejército de Laos tiene un respiro en Pakse. Esta ya es nuestra victoria, aunque lo peor esté por venir.

Algunos pilotos festejaron con tan poco ánimo como el que ponía Kanshisha en sus dichos.

—Lo que debemos ganar ahora— elevó el tono, —es tiempo: cada día que el corredor siga abierto es uno en que los suministros llegan a sus túneles, cada semana que nuestras armas no callan es una oportunidad para que el silencio y la mentira caigan ante el peso de tantos crímenes, ¡cada una de esas malditas bastardas que destruyamos es el recuerdo de que la Humanidad no se dejará devorar por la mierda de sus huevos!

Hasta el subcomandante Panjaitan, su bigote siempre serio, se sumó al griterío que clamaba por muerte en la radio. Okada inhaló para reconcentrar y siguió.

—Esta es una batalla de resistencia, tengámoslo presente. Este escuadrón, que hemos construido en tan poco tiempo y para tamaño éxito, le hará más daño a Desh comandando las líneas desde el aire: nuestra capacidad para superar la interferencia a los títeres es más importante que nuestras propias armas. Por eso propongo que nos despleguemos sobre el corredor y no en el frente. Yo tomaré esa posición en la columna, sorteemos las ubicaciones restantes.

Hubo murmullos de aprobación y aflicción, que su amigue Minato, quien le había seguido de los pasillos de la Universidad de Tokio hasta ese lodazal lleno de escombros, puso en palabras.

—Opino igual acerca de lo fútil de una batalla apresurada, pero ¿por qué no sorteamos todos los puestos? La acción de retaguardia es demasiado riesgosa, corresponde que esa carga sobre todo el escuadrón. Te necesitamos—dijo con preocupación, —además, es por ti que logramos esto.

—No por mí— aclaró con humildad, —por mi madre, y ya ha ido más lejos de lo que desea el Emperador. La preocupación allí es que hará el resto del Bloque, no se descarta una invasión rusa. Solo las horas podrán ayudarnos en eso. Lo que sí puedo hacer es mostrarles como combate una matadragones, así siguen mi ejemplo cuando les toque.

Tras un silencio que se sintió eterno, Panjaitan le dio la razón a Okada.

—La comandante está en lo cierto en que es la única que se ha batido con uno de esos monstruos y vivió para contarlo. No podemos rechazar semejante ofrecimiento por nuestra causa, solo imitarla en la entrega. Si están de acuerdo, haré el sorteo para el resto y nos reuniremos todos en Muang Kham para el triunfo.

—Gracias por su confianza, subcomandante— le respondió Kanshisha y arengó al resto: —Lo importante ahora es que hagamos pagar sus crímenes a estos asesinos. Por Vientián, por todas las vidas despojadas, ¡será justicia!

Cuando el clamor desencadenado en las cabinas cesó, aceptaron el repliegue propuesto. El diamante que formaban los colosos se estiró hacia el este a medida que ganaban velocidad, señal que fue interpretada como una retirada por Dathuraja. El fulgor de cohetes se le apareció en la retina a Kanshisha y, en un reflejo, movió y apagó turbinas para volar cual trompo, su cabina bailando como un giroscopio sobre su propio eje en forma de infinito.

La andanada de misiles hipersónicos quebró el cielo en búsqueda de objetivos por tierra y aire. Algunos dieron en señuelos arrojados como distracción, otros fueron interceptados por las aves del escudo aéreo. La mayoría dio contra algo, explosiones que sacudieron el valle, pero no a la comandante ni al resto de los colosos, avezados en acrobacias evasivas. Sin demora, ordenó el fuego de respuesta y el despliegue del resto de los pájaros.

Las estelas de miles de disparos se alzó de la polvareda y las laderas para caer sobre las posiciones de Desh y las langostas cristalinas que sobrevolaban a estas. Las aves del escudo les siguieron y el valle se saturó de máquinas que entraron en combate cuerpo a cuerpo. Un grupo se formó alrededor de Okada en un anillo protector, mientras esta se concentraba en las fuerzas del suelo sin detener su danza.

La dragona envió bajo fuego de artillería ola tras ola de «máquinas automáticas», en un intento de saturar la capacidad de respuesta del Voluntariado. Estas eran similares a los títeres, la diferencia en que les atornillaban encima a personas esclavizadas, su instinto de supervivencia puesto al servicio de la plataforma bélica. La única esperanza que tenían era que estas se incapacitaran y pudiesen liberarlas tras la batalla, pero no hacían miramientos.

Bastante tenía ya Okada en mantener el contacto con la línea, cambiando canales de transmisión para burlar pantallas, buscando conexiones posibles entre fracciones en el medio de la destrucción caótica del bombardeo, dando saltos de una posición a otra para evitar ser derribada o silenciada por la actividad enemiga. A pesar de esto, los títeres contuvieron el asalto sin ceder un ápice del terreno.

La princesa hizo avanzar los carros blindados, que parecían inmunes a las explosiones, y las tropas de cristal, brillantes en la roña con sus corazas espejadas y bombas de plasma. La presión aumentó al oeste y al sur, donde penetraron la línea, sobreponiéndose con facilidad a las defensas gracias a la diferencia de potencia y resistencia. Kanshisha movió entonces reservas en el pueblo hacia donde se habían adentrado y enfocó su fuego hacia donde pisaban las columnas.

Las trincheras colapsaron, provocando avalanchas, y las tropas cayeron unas sobre otras, aplastándose o quedando hundidas en el barro. A lo largo del día, la coreografía de Okada fue exitosa en detener las acometidas, que no traspasaron más allá de la primera línea. El hartazgo de Dathuraja fue tal que decidió intervenir en persona, presentándose en el campo de batalla para destruir a la comandante ella misma.

Apareció gigante detrás de la silueta de Phou Bia, los cohetes en forma de alas dejaban su marca a medida que trepaba el firmamento. Iba escoltada por aves de tormenta, que capturaban las exhalaciones de la dragona para volverlas una cadena de relámpagos. Con esta, perforaban su camino hacia el coloso en el cielo repleto, máquinas propias y ajenas incineradas al paso por no poder no soportar la violencia de su gloria.

Era enorme, comparó Kanshisha, más maciza que el coloso o el dragoncito que había estrellado hacía años. El color era diferente, Dathuraja mostraba un azul radiactivo, en cambio aquella criatura lucía blanquecina en la memoria. El refuerzo sobre las alas, oscuro como petróleo, engrosaba su perfil. Igual el portahuevos, aunque este había quedado en Vientián, forjando dragonas con los restos de la urbe. No iba a ser tan fácil esta vez, se dijo.

Notó el sifón que se encontraba en su frente, desde donde brotaba el plasma que había fundido tantos batallones laotianos. Observó su cola, que ondeaba un zafiro con el que derribaba fortalezas y abría la tierra a mazazos. Eran las armas con las que debía arrasar al Ejército Voluntario, un apoyo aéreo brutal e implacable según la doctrina dragón, pero esas armas estaban apuntadas de momento en contra de ella. Sabía lo que tenía que hacer.

En sus movimientos erráticos, entre deslizamientos de un mensaje a otro, puso rumbo hacia el norte en búsqueda de distancia con Dathuraja. La realidad era que la dragona era más rápida que el coloso, eso sin considerar que las piruetas necesarias le quitaban velocidad y desperdiciaban recorrido. Solo alargaba la previa al impacto, útil estando abocada a ordenar a los títeres en el frenesí del ataque total por parte de Desh.

La princesa se acercaba y se puso al alcance de los cañones de Kanshisha, que no tardó en usarlos sobre ella y sus escoltas. Algunos tiros certeros lograron sacarles bocado, pero para su horror, las heridas se repararon de inmediato. Millones de micro-máquinas de cristal trabajaban en Dathuraja para mantenerla integra, la obra más compleja hecha por Candamaruta. No había forma de derribarla entonces,  ¿o tal vez sí?

Con suficiente volumen, calculó, abrumarían el sistema, pero no había suficientes colosos en Phonsavan para lograrlo. ¿Y si ella no había comenzado antes la ofensiva por la presencia del escuadrón? La dragona disparó sobre la comandante, más balas a las que tener en cuenta en su baile, consideró. Tras algunas maniobras, cayó en la cuenta de que no lo hacía sobre ella. La encerraba en un área cada vez más pequeña, directo en su camino, quedándose sin opciones.

Se preparó para lo inevitable y transfirió el control de los títeres a la oficial Campbell, siguiente en el orden establecido. Ella quiso comunicarse con Okada, pero la interferencia que envolvía a Dathuraja cubría su coloso. No podía hacer nada desde su posición, por lo que se enfocó en la defensa de la línea, dispuesta a seguir el juego de la persecución. Dispuso que los títeres de la ladera sur avanzaran en contraataque y espero su turno.

Kanshisha miró como la red de rayos calcinaba lo que quedaba del anillo protector de aves, la corona sin llama que vaticinara un bramido de plasma. Iría por la embestida entonces, pensó con una sonrisa. ¿Tal vez buscaba quebrarla en mil pedazos y arrojarlos al huevo como alimento? No se puede atrapar cenizas en el viento. Ilusa, como si tuviera algún tipo de control sobre su destino, suspiró y se liberó con una explosión de despedida.

El reactor se partió con el cimbronazo, un estallido de plasma blanco que encendió los restos del coloso, el hidrógeno, el propelente y las municiones. La dragona se zambulló en la serie  de explosiones y una lluvia de cristal bañó las junglas al norte, donde comenzaron varios focos de incendio. A lo lejos, bien alto, la capsula eyectada surcaba la estratosfera rumbo al espacio con el cuerpo inconsciente de Kanshisha.

La velocidad de la expulsión había sido tal que sus huesos se habían fisurado y tenía múltiple pérdidas de líquido, el tejido organometálico llevado al límite. El espiral en el que giraba la cabina apenas mantuvo la forma del cuerpo en la salida, pero con su freno, logró disminuir la velocidad al punto que recuperó las funciones cerebrales. Espasmos recorrieron el tronco y una tos asquerosa llenó de sangre cuajada el traje y la mandíbula, ruido que fue captado por la radio.

—¡Comandante, ¿está bien?!— se comunicaron desde la central del Voluntariado en Hanoi.

Trozos de costilla masajeaban sus pulmones cuando respiraba, estaría varias semanas en el tanque de regeneración.

—…duele— emitió apenas sin usar aire.

El canal se llenó de festejos.

—¡Gran noticia!— celebró una voz desde la base. —Prepararemos el cambio de trayectoria y la tendremos en la base en una hora, la cabina debería mantenerla estable hasta entonces.

Okada abrió sus ojos inyectados de rojo y fijó la mirada en la interfaz apagada, queriendo ver más allá de la capsula. Con esfuerzo, preguntó:

—¿…murió?

La respuesta tardó en llegar.

—No, comandante— le informó otro interlocutor, —la detonación la derribó y destruyó su escolta, pero Dathuraja dio contra unas ruinas arqueológicas y se la observó con vida tras eso.

—…basura— espetó, y otra tanda de tos inundó su boca con sangre.

—El sitio del descenso fue atacado— quiso reconfortarla la voz, —y Desh se vio forzado a mover sus fuerzas hacia el norte para evacuarla. Todo el plan de batalla dragón fracasó, gran apertura la que armó, comandante.

Se preocuparon cuando no hubo respuesta, pero la cabina reportaba signos vitales normales para un organismo cibernético. Kanshisha había vuelto a cerrar los ojos, la mirada puesta en una nueva temporada de planes. Alguna forma encontraría para aniquilar a esas putas dragonas.