Que efímera es la vida de una mariposa, pero que destructivo es su movimiento de alas.

Pasan la mayor parte de su vida orugas, orugas de las cuales no todos son amantes. No todos perciben su belleza y el ciclo importante que cumplen.

Pero éstas se convierten en hermosas mariposas para que solo puedan serlo durante unas pocas semanas, así de corta es su vida renaciente, así de poco les dura su fama.

En busca de extender su fama viajan y viajan para encontrar pareja, para dejar un legado. No van a ver a sus hijos e hijas crecer, pues nunca lo hicieron en tantas generaciones.

Es una triste existencia. Es como alcanzar la cima de la especie evolutiva, ser un ser casi perfecto, un o una semi-dios pero que eso te dure, a lo sumo, un mes.

No tienen nada que presumir. No tienen sueños, metas, esperanzas, solo saben que deben aparearse, que deben devolver ese favor a sus antiguos padres, ya muertos y hechos parte de la naturaleza. Deben procrear.

Sin embargo, a pesar de tener una existencia bastante triste, se preocupan por hacer que su especie no se extinga, vuelan por mucho tiempo para poder encontrar pareja y dar vida a sus nuevos «yo»: quienes serán los y las que sigan la interminable cadena de las orugas, de las próximas mariposas.

Si de algo podemos estar seguros y seguras, es que las mariposas si tienen algo que presumir: aún sabiendo su trágico destino, continúan, algo las impulsa a seguir, no les importa que tan poco o mucho vivan, sino como vivieron. Saben que hicieron las cosas bien, y disfrutan cada segundo posando en las flores, comiendo, sintiendo la brisa en sus hermosas y coloridas alas.

Es una conducta que a muchas personas hoy en día nos hace falta, perdemos la noción de lo simple, lo real, lo pequeño

Quien diría que algo más pequeño que nosotros, y con una existencia mucho más corta que la nuestra, pueda enseñarnos, de alguna manera, a como vivir en lo grande.