Ella escribe critica literaria, la niña también. La biblioteca es enorme y ocupa todos los rincones. Los volúmenes finitos vienen y se van rápido, en su estante se repite el canon y los favoritos, Austen, Coetzee, Borges, Dickinson. Nunca tengo que pedir libros, me los puedo llevar a mi casa, que es a dos cuadras, y quedármelos, porque fluyen desde las editoriales y terminan en las casas de sus amigas, de los señores que siempre pienso son sus amantes. Ella es pelirroja y usa lentes rojos, la niña es castaña, como el padre, con ese pelito infantil y esa panza cervecera. Y la barba intelectual. Hay zumbidos todo el día, sonrisas, pequeños comentarios. La niña no pide perros ni gatos -hay uno- sino cactus.

Me gusta Annie Hall y ellos tienen el DVD. Cuando cuido a la niña y me aburro, la miro.

Yo limpio, fui prostituta, pero era demasiado castigo para una vida. No sé cómo alguien puede romantizar tal oficio. Creen que ser puta con quien te gusta y coger por plata con basuras ordinarias es lo mismo.

Él es moreno, sol de su caminata diaria, el resto del día pasa encerrado tomando café. Escribe de economía en un diario que no lee nadie. Junto ediciones en inglés de Lorrie Moore y el New yorker, que no sé de donde lo sacan, nunca lo vi para vender. Los cuentos de largo aliento me han hecho descubrir autores que luego se vuelven famosos. Disimulo un poco que hablo idiomas. No me dieron para ser puta cara, porque se precisa cuerpo, no intelecto. 

Comen sin sal. La niña arma revistas con la compu, una engrampadora y colores. Es cuadrada, demasiado rígida para un infante. Se aburre en la escuela y ellos se arrepienten de no haberla mandado a Montessori. Viven en sus oficinas, incluso la niña, que armó la suya en un rincón de la cocina.

A veces vienen a buscar a la madre sus amigas con plata. No se juntan acá porque es muy chico. Ella no se hace problema por ser más pobre que sus amistades. Eso sí, firma con los dos apellidos, simples y castellanos. Antes fui maestra, pero me acusaron de robar -no injustamente, lo hice por plata y un viaje y lo volvería a hacer- y perdí el oficio. Ahora ella me da libros y trato de ocultar mi vocabulario mientras limpio bandejas de caca y  lavo mugs de café todo el día.

Hay sombra en la casa persianas rayitas de sol, es fresco este apto, no como el mío que es una sucursal del invernadero del infierno.

Robé porque quería, no para darle a mis alumnos, a una viejita asaltada, ni ningún invento de esos. Ahora robo té fino, menos pirámides que ya me enteré de que dan cáncer. Leo los diarios que deja él tirados. No sé porque los recibe si pasa en la computadora. Me quedé a dormir seis veces, dos porque la niña de lentes marrones estaba enferma y temí que se muriera en la distracción de sus padres.

La llevo a museos sin olor a naftalina. Ella por suerte odia la lavandina que no soporto, compra productos buenos y el baño mágicamente nunca se ensucia mucho. Él no es mi tipo, pero me hace comprender el comentario gozoso de Meryl Streep en Los puentes de Madison acerca del placer del hombre básicamente limpio.

La niña no es caprichosa y muchas veces se enreda con la madre en el sillón suave y con manta. El apto es apenas suficiente para ellos y el sol completo. Se susurran con cariño.

Me contó la limpiadora del 3b que él tiene un hijo chico con una compañera del diario, y ella lo sabe y no le molesta. No entiendo cunado lo hizo su nunca sale del apto.

Robe porque otros tenían y yo no. Porque imité de mis gurises eso de andar expropiando.