A mi memoria, le pido la sensatez necesaria para encontrar el camino a casa cuando me pierda en sus brazos. A mis brazos, les deseo que se crucen con una espalda firme a la que aferrarse, que encuentren refugio y no deseen soltarse. A sus manos, les ruego que encuentren mi cintura con la certeza de quien sabe a dónde pertenece, que se acurruquen allí como si ese fuera el único lugar al que siempre han querido regresar.
A mi corazón, le pido paciencia para latir en compás con el suyo, que aprenda que el secreto para no acelerarse en los silencios es encontrar calma en la cercanía. A mis suspiros, les deseo que fluyan libres, que no se atraganten con las palabras que quedaron atascadas en mi garganta, porque todo lo que no digo, lo gritan mis gestos y lo susurran mis caricias.
A nosotros nos deseó tiempo. Tiempo para descubrirnos en cada abrazo, en cada roce, en cada mirada que se sostiene un poco más de lo habitual. Que nuestras manos no teman en encontrarse y nuestras pieles no duden en reconocerse.
A todo lo que aún no somos, le pido el valor necesario de no soltarse, de encontrar en cada pérdida un motivo para seguir buscando, y en cada tal vez, la certeza de que siempre habrá un camino de vuelta.
Escribo para no perder la cordura. Mentira. Yo escribo porque no quiero olvidar que en algún momento,
por un instante, estuve a punto de enloquecer.