Me gustaba porque sin importar cuantas veces lo intentase en el fondo sabía que nunca sería capaz. Estaba condicionada. Atada a él y al mar revuelto que era amarlo.

Amarlo era un mundo destruido como consecuencia a causa de enormes cosas que sin él parecerían pequeñas. Mirarlo a los ojos, sentir su roce, olerlo, escucharlo reír. Verlo; siempre, a cualquier hora y en cualquier momento. Solo eso hacía falta para que el mundo se parara.