“¿Alguna vez escuchaste sobre la chica que se congeló? El tiempo pasó para todos los demás, pero ella no lo sabía. Ella todavía tiene veintitrés años dentro de su fantasía. Como se suponía que iba a ser.” (Right where you left me, Taylor Swift).

—No quería decírtelo así… —susurró. —Pero ella es… no sé. No podía ocultártelo para siempre. Además, nosotros venimos hablando de esto…

—¿De qué?

—De separarnos.

En ese momento todo desapareció. Algo que nunca pensé decir.
Antes no entendía a las personas que hablaban de esto, no entendía cómo el tiempo podía detenerse de repente, pero es real, yo lo viví. En ese momento todo desapareció, se fue, ya nada existía, salvo yo y la presión en mi pecho, que se hacía cada vez mayor.
Él siguió hablando, sobre él, sobre ella, sobre su familia. Sobre cuánto lamentaba haberme hecho perder el tiempo todos esos meses, y después, llegaron las disculpas. Perdón, me dijo, perdón por todo esto. Porque al parecer, él ya lo sabía. La había conocido hacía tres meses, pero no tuve el coraje de contártelo antes, seguía disculpándose. Y mientras él era una tempestad de tierra y culpa, yo, con las mejillas llenas de lágrimas, sólo podía sentir mi maquillaje corrido. Me acuerdo que incluso pensé que las demás personas me verían como una imagen lamentable. Llorando en medio del restaurante, en frente de la persona que más amaba, escuchando sus disculpas por estarme dejando.

—Perdón, no, no entiendo.

—¿Qué cosa?

—Me invitaste a venir para, ¿esto? ¿Qué hacemos acá? Pensé que íbamos a hablar de nosotros.

—Te estoy hablando de nosotros, yo… —Me miró con esos ojos oscuros una última vez, antes de suspirar y terminar de perder toda la paciencia que tenía hacia mí. Toda su ternura se iba allí, lo veía, en un suspiro. —Ya está. Hasta acá. Fue hermoso lo que tuvimos, pero conocí a alguien más. Necesito irme.

Y se fue sin decir nada, sin ninguna otra explicación. Y fue lo mejor. Ahora le agradezco. Se levantó, pagó la cena que apenas habíamos comido y me dejó ahí, bajo aquella luz amarilla, como quien deja ir un recuerdo. Como si jamás hubiéramos existido. Pero fue lo mejor, y lo digo en serio. Me cuidó más de lo que yo lo hubiera hecho. Ambos sabíamos que de haberse quedado allí conmigo yo hubiera intentado persuadirlo. Hubiera intentado pedirle que lo piense mejor o le hubiera dicho que no podía aceptarlo. De hecho, todavía no puedo, todavía sigo acá. Sentada debajo de esta misma luz, acumulando polvo en mi pelo, viendo la comida pudrirse. Con las mismas ganas de decirle, de hacerle saber: “Si alguna vez pensás que te equivocaste, voy a seguir acá, donde me dejaste”.

Nuestro amor era joven, poderoso y pasajero. Ambos lo sabíamos. Incluso yo. Pero el tiempo se detuvo, y no pude irme. Todavía no puedo. Así que llamé a una amiga, me dijo que tenía que levantarme, me buscó, me sacó del restaurante, pero no pude irme. Y el tiempo pasó, seguí viva, ocupándome de recomponer cada vacío que dejó su ausencia. Intentando rehacer cada momento perdido por mi cuenta. Pero a veces todavía sigo ahí, en el restaurante, con las piernas cruzadas y el rímel corrido. Todavía sigo acá. En el restaurante, y vivo en el momento en que llegamos, cuando me hizo reír, cuando todavía era yo quien sostenía su corazón. Cuando todavía era a mí a quien amaba. E intento seguir adelante, de verdad, pero a veces miro a mi alrededor y tengo miedo de que las cosas comiencen a cambiar de lugar, que todo se transforme en ese momento nuevamente. Sé que mi cuerpo está conmigo, sé que logré salir. Pero también sé, que una parte de mí se quedó ahí, justo donde él me dejó. Atrapada, para siempre ahí, abrumada. Y todavía ahora, tanto tiempo después, a pesar de saber que él ya formó una familia, a pesar de verlo inmensamente feliz, todavía a veces se me cruza por la cabeza decirle, “si alguna vez te arrepentís, sigo acá, donde me dejaste”.