En el vaivén de la monotonía, la rutina se arrastra como un eco lejano, repitiendo sin cesar las mismas horas, los mismos gestos vacíos. El desamor se instala en cada rincón, allí donde antes habitaba el lenguaje de a 2, hoy transformado en palabras que ya no dicen nada.
Un habla nitida se desvanece entre los susurros del tiempo, que consume lo que alguna vez fue fuego, hasta que solo queda la fría ceniza de lo que pudo haber sido.
Sin embargo, en el fondo, los anhelos en latencia, ocultos, resistiendo la indiferencia del lunes a viernes, del sabado sin encuentros y del domingo, domingo tan desabrido como un mate mal lavado.
Aunque, en el fondo, la esperanza no muere,
se agazapa en los pliegues de las horas perdidas, esperando otra vez, una chispa que devuelva la luz a lo que parecía irremediablemente oscuro.
Y en ese espacio suspendido entre lo que es y lo que podría ser, se fragua la posibilidad de un nuevo comienzo, donde el lenguaje en par se encuentre de nuevo, donde la rutina deje de ser prisión y se convierta en puente hacia un plural, hacia un de a 2.