—Laura, tengo 34 años y trabajo en el centro de la ciudad. Más precisamente en el sector de limpieza de un centro comercial importante desde hace unos 5 años.  Mido 1.70, soy de piel morena, estoy soltera y tengo un secreto: mi secreto es que observo a las personas a través de los vidrios que limpio. O al menos eso hacía antes de estar aquí.

—Muy bien. Aunque eso no fue lo que le pregunté gracias por su presentación. Puede confiar en mí. Necesito que me relate qué pasó exactamente. Tómese el tiempo que necesite.

—Este bien le contaré mi verdad, solo espero que me comprenda —responde entre sollozos. 

—Bien, tómese el tiempo que necesite. No hace falta que comience desde el hecho puntual.

(L): —Me encontraba en mi lugar de trabajo. Siempre comenzaba limpiando los vidrios de izquierda a derecha, cruzando por absolutamente todos los locales del centro comercial. Recuerdo que estaba fregando los vidrios de un local de ropas femeninas cuando escucho a dos mujeres morenas y de pelo castaño, hablando, criticando y mirando de arriba hacia abajo a otra rubia que se estaba probando una chaqueta probablemente cara. No recuerdo exactamente lo que decían, ya que me interrumpe la vista una pareja que entra al local de ropa masculina. 

La mujer pegada a él como si fuese un nene malcriado que va a realizar una travesura. Su mirada y acciones se volvieron controladoras y posesivas hacia el hombre cuando este, entabla conversación con la vendedora, sobre modelos y talles de una blusa.

Veo a un hombre sentado en un banco con un celular entre las manos. Cada vez que cruzaba una mujer, le miraba el trasero y hacía maniobras místicas para sacarle una foto a este.

Veo una pareja de ancianos, quienes enfurecidos le gritan a un vendedor porque consideran que los precios están muy altos. Quieren una rebaja por ser jubilados. El vendedor accede de forma amable a explicarles que él no puede hacer eso, que deben hablar con un superior. No conforme con su respuesta, le gritan y luego se van. 

Veo una pareja de jóvenes tomados de la mano mientras caminan lentamente. Parecen muy enamorados. Ella suelta la mano de su acompañante y se posiciona frente una vidriera de ropa femenina. Paralelamente, su acompañante giró su cabeza hacia ella y luego hacia varios lados. No quería que se dieran cuentan de que los estaba observando. Por lo que relojeaba mientras fregaba. Sin embargo, en mi campo visual observé cómo el joven la tomó del brazo y la empujó fuertemente despegándola de la vidriera. Pensé que había visto mal debido a que no estaba prestando absoluta atención. Pero no, volvió a empujarla en dirección a la salida. Mientras tanto, se marcó la vena de mi cuello (suele sucederme cuando me enojo), y empapé el piso oprimiendo fuertemente la esponja.

 Veo gente.

Veo sus actitudes, sus acciones, sus intensiones, sus miradas y sentimientos. Veo como traspasan y hasta contagian su dolor, su frustración, sus odios o desprecios.

Por último, veo una joven mujer curioseando ropa, observando precios y talles. Tenía los ojos brillosos porque no encontraba el suyo (era obesa). Pienso que probablemente habrá recorrido decenas de lugares sin éxito. En ese mismo lugar, a tan solo unos metros de distancia, veo a 3 jóvenes que señalaban y se reían de la primera cuando esta, pidió probarse una prenda que, probablemente, no le iría. Fue ahí que, casi como un acto de instinto, corrí para defender a la joven maltratada, simbólica y psicológicamente.

En ese momento fueron lágrimas lo que caían por mis ojos, lágrimas que caían como nunca antes había llorado. «HE MATADO» dije a través de mi cuerpo tembloroso. 

Observé que en mis manos ensangrentadas tenía mi herramienta de trabajo: una especie de tijera filosa que usaba para quitar gomas de mascar y cosas pegadas a los vidrios. 

Lo último que recuerdo antes de despertar esposada a la cama de este hospital, es que la joven que intente defender de las burlas, me gritaba en aullidos, al mismo tiempo que los presentes y testigos me miraban con la misma cara de desprecio con la que yo los miraba a ellos.