Tengo que confesar que escribir este ensayo en este contexto tan particular, fue un gran desafío. Cuesta trabajo encontrar las palabras indicadas para expresar todo lo que la pandemia genera; ser precisa a la hora de comunicar los sentires sobre un tema tan relevante no es tarea fácil, involucra mucha reflexión, la cual, desde el confinamiento, a veces es nublada por el malestar. Es por esto que hoy quiero desarrollar uno de los pensamientos más esperanzadores que he tenido, si no es el único, desde que empezó el estado de alerta mundial. Siento la necesidad de ser breve en su desarrollo, no quiero perderme en conceptos y categorías teóricas como lo haría normalmente en un ensayo académico, deseo hacerlo simple y conciso.
Hoy quiero hablar sobre las personas y su accionar en la pandemia, personas que me permitieron ver un poco de luz frente a tanta desigualdad, y soñar con la posibilidad de un futuro diferente, diverso y con oportunidades ampliadas a todos los miembros de la sociedad.
En situaciones extremas se devela la fortaleza de lo colectivo, la acción comunitaria, lo sustentable, lo ecológico, los emprendimientos locales, las ferias, todo aquello que renace históricamente una y otra vez cuando el contexto lo amerita, cuando las desigualdades se hacen evidentes y no existe forma de sobrellevarlas; ahí aparece el otro, con cara, con nombre y con historia. Aun cuando la situación de pandemia deja un agujero en la comunidad, cuando vecinos, familia y amigos se perdían entre la lista de defunciones, se continúa produciendo, cultivando y cuidando. En épocas de crisis siempre se vuelve al inicio. El terrible malestar que provocó y provoca el virus, es imposible de soportar bajo la lógica capitalista de individualismo puro, que aplaude a aquellos capaces de soportar la más intensa soledad, depositando su esperanza en un sistema que lo único que ha hecho desde el momento de su configuración es despojar y acumular.
El resurgimiento de antiguas formas de organización y cooperación productiva, centrada en los intereses de todos los miembros de la familia y de la comunidad, dejan entrever una fuerte necesidad de emancipación. La gente poco a poco va despertando del sueño inducido por el capitalismo, el sueño de competencia y ganancias, para vivir una realidad diferente, en la cual se constituyen como actores y principales propietarios de sus vidas.
Estos nuevos actores sociales antes mencionados, poseen conciencia, ética y valores, que atraviesan la producción y la guían en sus procesos, conformando un sistema solidario capaz de contrarrestar los efectos negativos generados por el capitalismo.
La idea de un mundo en el cual las personas que lo habitan puedan contar con las mismas posibilidades de actuar, puede sonar demasiado fantástico e imposible. Pero todavía me queda esperanza para creerlo. Cuando veo a los vecinos del barrio con sus huertas, compartiendo sus cultivos, a mis amigos llevando adelante sus emprendimientos, a las abuelas y abuelos aprendiendo a reciclar, cuando veo a la comunidad poniéndose en marcha por una causa, dejando de lado sus intereses, pienso en la posibilidad de transformación.
Mi intención con este ensayo no es restarle importancia a los hechos más crudos que hemos atravesado como país este año. Tengo bien presente los incendios que envolvieron a las provincias, el aumento alarmante de los casos de femicidio, el desempleo, el incremento de la pobreza y la desigualdad social. Estos sucesos no se han borrado mente, es más, la realidad me hace volver a ellos día a día. Mi intención está en la posibilidad de motivar la acción colectiva, la construcción de vínculos y lazos sociales; tener la oportunidad de pensar en una lógica contra hegemónica a partir de las prácticas cotidianas. Para hacerlo, primero necesitamos realizar un ejercicio de reflexión ante los hechos ocurridos, preguntarnos el ¿por qué? de estos acontecimientos, cuál es su trasfondo. Darnos tiempo para repensar los sucesos desde un punto de vista crítico, con el objetivo de plantearnos un horizonte mejor para todos. Traer a escena los hechos del pasado, contemplarlos con una mirada crítica, compararlos y reflexionar su vinculación con los hechos del presente, nos permitirá tomar decisiones basadas en el bien común y alejarnos de discursos fetichistas que envuelven nuestras mentes.
Este sistema nos hace creer que antes de la pandemia no existían estas problemáticas, que cuando todo termine nuestras vidas van a volver a una especie de realidad ideal. Pero somos conscientes que la realidad siempre ha sido turbulenta; cuando el aislamiento llegue a su fin, las cuestiones sociales seguirán estando ahí. Cuando podamos circular libremente, sin necesidad de usar barbijos o de lavarnos las manos con alcohol constantemente, la violencia y la desnutrición infantil seguirán vigentes. Las problemáticas estructurales no pueden ser modificadas de la noche a la mañana con la recesión de un virus. Son el rastro de destrucción que va dejando el sistema capitalista en los países y ciudades tomadas como sacrificio.
Necesitamos idear planes de acción cooperativos alejados de las prácticas económicas de mercado, con un ritmo de desarrollo progresivo centrado en la satisfacción de las necesidades de aquellos que más lo necesitan, aquellos más golpeados por la pandemia, que han perdido el sustento y la esperanza de un futuro con posibilidades. Tenemos que pensar en formas de actuación estratégicas. No siempre fuimos dominados por la lógica de mercado, no siempre fuimos competitivos y solitarios, existieron tiempos de solidaridad humana y ambiental, momentos de respeto por el medio ambiente, sosteniendo un equilibrio. Y aún tengo la esperanza de en algún momento volver a él.
La gente de Latinoamérica se está revelando, está gritando, rompiendo, quemando a los “santos”, exigiendo libertad y justicia. Es momento de tomar la difícil decisión de unirse o de seguir esperando. Desde el momento en que nacemos obedecemos las normas sociales creyendo que es lo mejor para nosotros y para todo el mundo. Pero la realidad es que esas normas son creadas e impuestas por grupos minoritarios a su único beneficio; nos mantienen caminando rígidos hacia su reproducción, sin conciencia de su maleza, las aceptamos con total naturalidad creyendo que, al hacerlo, seremos dignos de una porción de la tan nombrada riqueza, siempre alabada, pero nunca vista por aquellos que cumplen con la jornada laboral.
Existen cada vez más personas abiertas al cambio, que rechazan estas prácticas y deciden vivir una vida en contacto con la comunidad y con la tierra. Existen personas que viven en armonía con los animales, que han abandonado su estilo de vida antiguo para defender una causa completamente desinteresada. Mientras estas y muchas más personas dedicadas a defender el cambio existan y continúen su labor, tendremos la oportunidad de algún día vivir de manera diferente.
Quiero finalizar resaltando la importancia de la escritura y las artes en general, como medio y motor del pensamiento; a través de ellas podemos canalizar nuestros sentires y transformarlos en combustible necesario para avanzar. El arte es terapéutico, sanador, deja emerger nuestros más profundos deseos y esperanzas. Permite comunicar algo, dar un mensaje sutil o de gran impacto, dependiendo de la intención de su autor. Espero poder ver muchas obras de arte, como producto de este confinamiento, piezas únicas e irrepetibles, que me envuelvan y me cuenten una historia.