Sujeto mi desdicha con manos cerriles, con voracidad montaraz y mucha tristeza. Me aferro a ella con uñas y dientes, como si no hacerlo significara rendirse. Insisto en esperanzas póstumas, en dolores renacidos. Finjo que el pasado no me acecha, que sus garras no me buscan con vehemencia. Hago de cuenta que aguarda mi porvenir colmado de paciencia. Hago de cuenta que el fracaso es solo un desliz. Hago de cuenta que la soledad no me molesta. Hago de cuenta que solo necesito tiempo y disciplina, y no cariño y risas. Hago de cuenta que no pienso en vos.

¿Pero cómo miro hacia este otro lado ahora que te conozco y sé que existen «buenos días» que podrían curar enfermedades; que existen sonrisas que podrían calmar tempestades; que existen abrazos que podrían evitar decesos; que existen presencias que podrían recomponer voluntades? ¿Cómo miro hacia este otro lado ahora que te conozco y sé que existís?

Con vos la Muerte nunca osó siquiera acordarse de mí, y te juro que quise resguardar nuestros dos corazones. Quise protegerte y quise protegerme, y en lugar de eso nos quebré. Y mientras lo hacía vos sostenías mi rostro con tus manos decoradas y yo sabía que la palidez astronómica de mi tez era aún más evidente que de costumbre. Y sentí la calidez que llevás dentro hacerse tangible. Y me hundí en tu pecho y lloré. Lloré porque tu amor tenía el tamaño de un pasado voraz y de una ilusión desgarradora de bella, y yo no podía aceptarlo.

Tuve que irme. A mil doscientos kilómetros de tus latidos, me paré frente al mar y le pedí que me despojara de esta angustia. Le rogué que me dejara vacía. Le rogué que me entregara a la indiferencia. Le rogué que me defenestrara. Le rogué que me convirtiera en cenizas. Le rogué que se llevara mi corazón; que me lo quitara y jamás me lo devolviera. ¿Para qué lo quiero?, pensé, ¿para qué quiero un corazón que no puede amarte?

Ahora estoy de vuelta en esta ciudad que ya es mía y no de ellos. Regreso al departamento donde te tuve tan cerca y ya no sé qué es lo que siento. Creo que el océano me escuchó. Creo que poco a poco recupero esa moción abúlica que me resulta tan familiar, que un poco me consuela. Creo que me abandonaré a ella. Creo que me dejaré engatusar por la idea. Creo que ayudaré al mar a cumplir mi exigencia.

En mi desazón, me pregunto qué estarás haciendo, si habrás comido y si habrás estudiado un poco de francés. Me pregunto si vos también pensaste en mí todo este tiempo. Me pregunto si lo que pasó todavía sabe a herida nueva. Me pregunto si me seguirás queriendo. Me pregunto cómo será volver a verte. Me pregunto si todo volverá a ser como era antes. Me pregunto si cuando te escribo acá, en las notas de mi celular, en realidad le estoy escribiendo a él.

Me odio, sí; que no te quepa duda. El amor no alcanza.