— ¿Sabés qué es lo más me calienta?

Martín llevaba unos buenos quince minutos quejándose de una cita que salió mal, Federico lo escuchaba con la misma atención que le daba a su profesor de literatura clásica en la universidad (atención moderada, interrumpida cada tanto por una notificación en su teléfono)

—A ver, ¿qué es lo que más te calienta?

Martín tomó aire, visiblemente afectado por la anécdota que estaba por contar.

— Termina la cena, ¿no?

— Ajá

— Yo ya sentía que no me estaba dando bola cuando le contaba lo de las cartas.

— ¿Las de Dragon Ball?

—Sí.

— ¿Por qué le hablaste de las cartas de Dragon Ball?

— ¿Qué? ¿No puedo tener un hobby?

— Sí. Pero también podrías tener uno que no te convierta en el eslabón más incogible de la república.

—Son reliquias, Fede. —Martín se veía desilusionado en que su compañero no se tome en serio su colección de cartas de 2007.

—Bueno, bueno. —Fede revoleó los ojos. —Seguime contando, dale.

—Bueno, la mina no me estaba dando bola.

—Ajá

—Termina la cena.

—Ajá.

—Le digo de tomar un café.

—Ajá.

—En mi casa.

—Bien.

—Viene a casa, cafecito, le pregunto cosas de ella, responde tipo “Bien”, “Sí”, “No” y bueno, ya no me daban muchas ganas de preguntarle nada más porque era un embole. Intenté y le pregunté qué música le gustaba, adiviná qué dijo. 

—Te dijo que escuchaba de todo, le preguntaste si conocía a Frank Zappa o Nahuel Briones y te dijo que no, vos le mostraste y le pareció una poronga, porque al final sus gustos musicales eran Tini y La Joaqui. Te ofendiste, pero no le dijiste nada porque tu necesidad de ponerla era mayor a tu necesidad de ser un denso del conservatorio.

Mientras Fede hablaba, Martín lo miraba con los ojos muy abiertos y apretando los labios.

—No fue tan así… —Respondió. —Pero sí, más o menos.

Fede hizo pequeño un gesto con el puño, celebrando una pequeña victoria.

—Bueno, hablaron de música y… — Fede hizo un ademán para que Martín continuara con el relato.

—Y como que en medio de la conversación me agarra de la cara, y me empieza a chapar, ¡de la nada, boludo!

— ¡Bien ahí! —Fede lo felicitó, pero pensaba en lo aburrida que debía de estar la charla como para que alguien decida terminarla de forma tan tajante. También sintió una ligera admiración por la actitud decidida de la chica.

Mientras Martín hablaba, Fede ya estaba disociando, pensando en cómo hubiera reaccionado él si fuera su amigo, o la chica, o la música que escuchaba Martín, o si faltaba reponer las heladeras de Jugo, o si…

— ¡Fede! ¿Me estás escuchando?

—Sí, perdón, me quedé pensando.

— Bueno, escuchá. Le termino de hacer eso con la lengua y la chabona me dice que vayamos a la cama.

— ¿El qué con la lengua?

—No importa, el hecho es que vamos, cogemos, que pin que pan, nos acostamos y la flaca me dice: “Che, paso al baño y ya me voy”. Y yo le digo “¿No te querés quedar a dormir?” y la flaca ¿Qué hizo? ¡Se me rió! ¡En la cara! Me dice que no, que en la primera cita eso no se hace, que era muy íntimo.

— ¿Muy íntimo?

— ¡Muy íntimo! ¡Le acabo de dar como a cajón que no cierra y no se puede quedar a hacerme un mimo!

Fede se quedó mirando un punto fijo en el espacio, pensando la validez del argumento de la chica.

¿Tener sexo y dormir juntos compartía el mismo nivel de intimidad? ¿O el descanso inconsciente le otorgaba un nivel de vulnerabilidad que no estaba presente en el acto sexual? ¿No debería dejar de disociar y ponerse a reponer las heladeras?

—Yo ya me rendí, amigo. —Continuó Martín. — ¿Sabés qué? A partir de ahora soy un monje, ¿sabés por qué? Porque son todas iguales amigo, son todas…

—¡Abandónicos! —Interrumpió una clienta, que había entrado al kiosco mientras conversaba con una amiga. — ¡Son todos iguales! Usan, usan y tiran. —Y con el mismo tono enojado con el que le hablaba a su acompañante, se dirigió hacia Fede, quien la miraba con incredulidad por la casualidad del encuentro.

—Puchos. De menta. Los más baratos. —Exigió, y aplastó un billete de quinientos pesos contra el mostrador.

Fede asintió con la cabeza y mientras iba a la cigarrera, atisbó a ver de reojo que Martín estaba hipnotizado por la chica. La miraba fijo sin ningún tipo de disimulo.

Terminada la transacción, las chicas se fueron sin despedirse y los muchachos quedaron en silencio. Todavía sin poder creer lo sucedido. Fede fue el que rompió el silencio.

—Al final somos todo medio los mismo, ¿no?

Martín miraba decidido por la ventana, apretando los labios y frunciendo el ceño. Después de un par de segundos salió disparado de donde estaba.

—Están en el puestito de helado de acá enfrente. Andá a reponer las heladeras, yo le voy a pedir el número. —Dijo, saliendo del kiosco mientras se peinaba con la mano.

Ya solo, Fede reflexionaba mientras se miraba en el reflejo de la puerta de la heladera.

“Sísifo feliz”— Pensó.

Sísifo feliz.