—No te voy a decir. —Declaró Fede.

—Dale chabón, ¿qué te cuesta? —Martín había estado intentando hacerlo hablar toda la tarde, sin éxito.

—No tengo ganas de hablar.

  —Boe. —Martín finalmente se ofendió. —Toda la tarde con cara de culo, te quiero hablar de algo y no me das bola, me decís que te pasa algo pero no me decís qué. Ayudame hermano.

—Mirá, vamos a hacer esto. Si podemos mantener un silencio por al menos diez minutos, te digo que me pasa, pero dame un rato, como para pensar.

Martín pensó en cómo iba a hacer para encontrar silencio trabajando en un kiosco del centro a las siete de la tarde, pero aceptó.

—Está bien, está bien… No pasa nada… Está perfecto amigo… ¿Sabés qué? me voy a entretener mirando el excel de las ventas de hoy, así no te molesto. Tranqui vos, meditá tranquilo. Yo voy a estar acá, analizando números, laburando, vos pensá en paz y en diez minutitos yo te busco, no te hagas problema, si querés metete a una heladera así enfrías un poco los pensamientos, que se yo, también podrías…

— ¡Martín! —Interrumpió Fede, alzando la voz, pero sin cambiar la expresión neutra de su rostro.

Martín contestó con el gesto de cerrar los labios, mientras volteaba a ver un excel que nunca había entendido.

Fede pensó en cómo encontrar la paciencia para no romperle la boca a piñas a su compañero, pero entendió que era parte de un enojo que no tenía nada que ver con Martín, él solo estaba preocupado y trataba de hacerlo reír un poco.

Martín era un buen amigo.

Fede se estaba dando cuenta de que quizás, Martín sea su mejor amigo. Se sintió conmovido.

Charlaban, reían, se cuidaban. El kiosco no era el lugar más amigable del mundo, pero en la amistad habían logrado construir un refugio. Habían logrado que trabajar un fin de semana en la noche por una paga que estaba debajo de lo legal sea algo que tengan ganas de hacer.

Martín pensó en como las empresas se hacen llamar “familias” para que los trabajadores construyan lo que Martín y él tenían. Una razón para soportar el hastío.

“Nos cogió el capitalismo” Pensó. Pero sabía que si no fuera por el kiosco, su amistad se hubiera dado, solo que de otra manera. Hubieran hallado la forma.

¿No?

—Tincho…

Martín estaba atendiendo a dos chicas que estaban eligiendo una marca de chocolates, pero respondió igual

— ¡Por fin! ¿Qué pasó?

—Vos decís que si no fuera por el kiosco —Fede miraba al piso y trataba de sacarse la vergüenza. — ¿Seríamos amigos igual?

Martín no se esperaba esa pregunta. Pensó un par de segundos y volteó a mirar a su compañero. Sin ninguna intención de hacer un chiste.

—Yo… Sí, amigo. Sí. Seguramente nos hubiéramos encontrado en algún lado y seríamos igual de amigos que ahora.

Se quedaron en silencio por un instante.

—Pero —Continuó —Trato de no pensar en eso. A mí me re copa venir a trabajar con vos. Y la verdad es que me gusta trabajar acá sabiendo que vas a estar para contarme alguna. ¿Viste como las empresas se hacen llamar “Familias” para que los trabajadores estén… así como nosotros?

Fede estaba al borde del llanto.

—Si amigo, tal cual. —Quería abrazarlo — ¿te puedo decir algo?

Las chicas habían dejado de buscar chocolates y miraban a los chicos, expectantes.

—Si amigo, de una, vos decime lo que te haga falta.

Fede respiró muy profundamente, armándose de coraje. Logró mirarlo a los ojos y por fin dijo:

—Te quiero, amigo.

Martín hizo fuerza con la cara para no llorar.

—Yo también te quiero… Amigo.

Se quedaron en silencio por un instante.

Las chicas estaban boquiabiertas.

— ¿Te puedo dar un abrazo?

Fede no respondió, solo abrió sus brazos y se acercó a su amigo.

Se abrazaron, Martín, al sacarle una cabeza de altura a Fede, le dio un beso en la frente. Ambos lloraban muy bajito.

Se separaron y Fede le dio un golpe amistoso en el hombro.

—Gracias, amigo.

—No amigo, gracias a vos.

Martín recordó que las chicas habían estado esperando ser atendidas todo este tiempo.

—Ay, boluda, pensé que iban a chapar. —Dijo una

—Si amiga, tal cual.