Ya había terminado el brindis y la tía estaba yendo a buscar el helado, yo estaba discutiendo con mi primo sobre adonde rajar ni bien la familia esté un poco distraída, como para poder arrancar el año con buen pie: Ebrio y gritando alguna canción de La Champions Liga.

Mientras discutíamos sobre las jodas que se hacían esa noche, sentí algo. Una punzada que comenzaba en el estómago, subía por mi pecho y me atacaba el corazón, el cual comenzó a palpitar con mucha fuerza, luchando contra mis costillas. Me disculpé y salí al patio, agarrándome el pecho con la esperanza de que eso calmara la furia de mis pálpitos, pero la situación empeoró aún más.

Estaba yo solo en el patio, pero sentí unas manos recorrerme la cintura, subir por mi espalda y finalmente tomarme por los hombros. Si hubiera tomado aunque sea una gota de alcohol, podría haberle echado la culpa, pero no fue el caso, aquello era real, sin lugar a dudas.

Las manos me sujetaban con fuerza de los hombros, pero los dedos, sobrenaturalmente largos, llegaban hasta el final de mi pecho.

Me elevaron en el aire, lentamente, mis pies estuvieron a dos metros del suelo y seguían en ascenso. Quise gritar y safarme, pero otro par de manos me tapó la boca, y mi familia estaba demasiado distraida con los bailes de mi tío borracho como para percatarse de mi situación.

Una vez estuve a más de diez metros sobre el suelo y ya por encima del techo de la casa, sentí una ráfaga de viento que me arrojó con violencia por los cielos. Volaba a toda velocidad de forma caótica, como si me hubiera secuestrado un Superman ebrio. Podría haber admirado el paisaje aéreo, si no me hubieran estado a punto de explotar los ojos por la velocidad a la que iba.

Habré estado diez minutos volando así, hasta que me estrellé, atravesando una ventana e impactando finalmente contra una pared. Rebote y caí al piso. Adolorido, mareado, cortado y confundido.

Intenté levantarme, había sangre desde la ventana hasta mi sitio contra la pared, la cual tenía ahora una huella de concreto roto con la silueta de mi cuerpo al impactar.

Con las piernas temblorosas y la vista hecha un borrón, pude erguirme y mantener el equilibrio. Me limpié la cara con la remera y traté de ver en donde estaba. Por lo que se veía q era un departamento, chico, por supuesto que con decoraciones de fin de año. Busqué la cocina para lavar mis heridas y ahí fue donde la encontré.

Vestida de rojo desde la cabeza hasta el talón, estaba escondida debajo de la mesa, abrazada a lo que debia ser un racimo de uvas. Cuando se cruzaron nuestras miradas, salió de su escondite, dejó el racimo sobre la mesa y me tendió la mano.

—Disculpá el arrebato. —Dijo al fin. —Creo que me pasé un poco con la magia de fin de año.