Habrán leído en un manual de objetos la utilidad de cada cosa inerte, aunque es posible que no lo razonen, si el manual dice: «el cerámico va en el suelo», ¡va en el suelo!, las cortinas en las ventanas, y el techo arriba de la cabeza. Bah, cotidianidad disfraza de locura. No estoy describiendo una película donde los objetos se maximizan y comienzan a disparar, claramente las repisas no reproducen trofeos de una manera escandalosa, ni la heladera tiene un chimpancé colgado encima.

—De ser así ya estaría yendo al médico —le digo a mi psiquiatra. Tipo bueno, que vende muchos perfumes.

Uno cree que los perfumes van en la parte externa del cuerpo, y luego, a medida que las circunstancias abren paso al desarrollo contextual, hasta el recipiente de un perfume se puede tragar.

—El contexto no es lo es todo —grito mientras recibo un trofeo en el inodoro.

—No lo recibiste ahí —asegura mi vecino —. Y además no fue un trofeo sino un aviso.

Gente envidiosa seguro, personas que no aceptan el éxito de uno, querrán pincharnos las burbujas a toda costa, pero como ya reemplazaron sus alfileres por correctores de ojeras, nuestras burbujas, queridos amigos, estarán volando libres por las fantasías de todo objeto cuidadito. Me llevo bien con las cosas que me rodean, porque las cosas no me rodean, porque yo abrazo, exprimo y rodeo a la cosas.

—Tengo el control —aseguro mientras el repasador hace contacto con el fuego y decido reemplazar a un repasador nuevo y ordinario por uno quemado.

Los cerámicos me invitan a usarlos como papel higiénico, las servilletas como manteles, y el desodorante como pintura para paredes. Empecé hace poco; siguiendo las letras chiquitas del manual de objetos, donde especifica claramente, que uno puede reemplazar la carencia de objetos por más objetos, para algunos desequilibrados eso significó comprar electrodomésticos. Algo deben tener, ves una heladera y ya querés meterte dentro, conservarte en ese frío no perecedero, y vivir en la inmundicia de un hielo, ¡derraman agua!

—Agua que no se bebe, ¡comprá agua mirenal! —promocionan varios dueños de supermercados.

Al leer cada quien tienen su interpretación, pero el ochenta por ciento de la población coinciden con la misma idea: endeudarse hasta tener la capacidad de reemplazar los objetos existentes por objetos nuevos. Sin embargo, no se puede reemplazar un microondas por una olla, o una canilla por un vaso, lo intenté y les aseguro que esa ducha no llegó ni a mojarme la mano, ¡no es coherente!, si bien nada de lo que estoy explicando llega a serlo, aseguro lo siguiente: una vez que logren ocupar el espacio, los objetos se volverán tus esclavos. Todos decimos que ser esclavo es lo peor que hay, pero ser dueño tampoco es muy placentero que digamos, ¡estás encarcelado!, pendiente de tratar bien a cada enchufe y cablecito, de lo contrario te denuncian por maltrato y descuido; expectantes a cada paso, reclamándote dinero, rezando ser reemplazados.

—No, ¡basta! Acéptenlo, tienen que ser parte de mi vida, ¡están contratados!

—Tenemos sentimientos —grita la ventana—. ¡Es maltrato!

La gente, los objetos, y hasta el perro hacen lo mismo; me sacan de contexto. Tiro yerba en la habitación y el cerámico llora sin consuelo.

—La culpa te está matando —me advierte la famosa proteccionista de casas que tengo como prima, falta que se encadene a la mesada y ahí sí… le confieso que siempre la ví como una estúpida.

Tampoco es bonito admirar cómo despierto y utilizarlos cada vez que tengo hambre o necesito un refresco.

—Arrojarles lavandina, queridos pisos, no es señal de intoxicación —advierto mientras descubro que quizás el amoníaco es mejor.

Construir una relación reciproca sería un dolor de cabeza, para colmo pretenden que los mueva con cuidado, si bien ya me sentía exhausta, este mes terminó por convertir mi cansancio en un vacío irremediable, porque me encuentro con el siguiente dilema; ni delirando puedo simular tener la casa llena, ¡está vacía!, solo me quedan dos objetos; la ventana y la puerta. Verdaderamente no sé de qué lado me encuentro… si afuera o adentro, solo escucho al tipo gritar:

— ¡Mudanza!

Tengo una crisis materialista y es probable que ahora reemplace esta casa por otra. Escucho un susurro frágil, casi afónico:

—No existen más mundos.

Así fue como aparecí en este espacio blanco, Dios sabrá el contexto y el significado. Y para advertirlos mis amigos, una vez destruido el mundo, no hay manual de objetos que pueda reemplazarlo ni sustituirlo.