no quiero abrirlo,

¡me aterra!

quiero encadenarlo,

hacerlo una caja fuerte

y mandarla al espacio;

porque no,

no quiero ver los escombros de lo que alguna vez fue un rascacielos

hubiera preferido caminar por brasas encendidas

antes que clavarme los vidrios rotos

esos de las ventanas que explotaron

¡hubiera preferido arder en ese incendio!

¡no quiero ser parte de lo que queda luego de el!

¡no quiero ser ese polvo que convierte en gris a todo el ambiente!

pero lo soy

y qué horrible es serlo

y qué impotencia me da

el no tener un paraguas

a prueba de estos restos;

vuelan por todos lados

los trae conmigo el viento cada vez que abro ese cajón…

son partículas diminutas pero, Dios,

¡me acompañan todo el tiempo!

a veces,

forman tu nombre en los graffitis de la ciudad; 

otras las veo de día paseando plácidamente

por esos lugares a los que planeamos ir juntos 

(y claro, como ya no estás vos, me toca llevarlas a ellas; hay que ser cortés en esta vida)

lo peor es que ni siquiera necesito la luz del sol para verlas;

en la madrugada las ilumina la pantalla de mi celular 

cuando elijo para dormir una canción que alguna vez compartimos

¡por favor, es que ni de la música te vas!

¡es horrible que para cada uno de los sentidos haya el triple de recuerdos tuyos!

hasta parece que vivo con una lupa en la mano…

hasta parece que mi corazón tiene un microscopio

que cualquier atómo que queda de vos en el mismo aire por el que yo floto

me lo comunica a toda prisa

¡cómo me molesta que estés en la brisa!

tengo miedo,

miedo de que no se desintegren nunca

y continúen irrumpiendo en mi panorama con su color gris

y continúen recordándote en los graffitis

y en las canciones de madrugada

y en los vidrios rotos que aún siguen clavados por todos mis sentidos

desintegrate;

estos escombros flotantes no me sirven, ni siquiera para armar un suelo firme.