FilosofíaSociedad

¿De qué le sirve a dios rezar sin fe?

El saber-deber

Cuando dios creó al hombre, lo hizo a su imagen y semejanza para no sentirse tan solo en su condena. No fue un gesto de amor, ni un acto de grandeza. Fue el intento desesperado de compartir el peso del conocimiento. Porque la condena de dios —como la del hombre— no es el sufrimiento físico, sino la conciencia del sufrimiento.

El animal existe. El hombre, en cambio, piensa. Y en ese pensar se pudre. El animal no sabe que va a morir, no entiende la injusticia de perder a su cría, no se cuestiona cuál es el sentido de su existencia. Vive sin preguntas, en la inocencia brutal de su preceder. El hombre no; el hombre lo filtra todo por la razón, por la lógica, por el lenguaje. Esa es su ruina.

La racionalidad es una maldición disfrazada de privilegio. Y dios, si existiera, sería el primer condenado por ella. El único ser que lo sabe todo, que lo comprende todo, y que por eso mismo no puede ser feliz. Por eso crea al hombre: para que otro también cargue con esa angustia.

El hombre se convierte así en el reflejo de una divinidad en decadencia: poderosa, sí, pero triste. Omnisciente, pero sola.

Hacia un fundamento epistemológico: ¿Por qué creer?

El día de ayer, por la mañana, me encontraba pensando un poco en la filosofía y la religión, como suelo hacer a veces. De hecho, uno de los primeros artículos que escribí para esta plataforma fue sobre la muerte del papa Francisco, y ahora otra vez me encuentro escribiendo sobre dios. Aunque no lo parezca, de estos temas no suelo dialogar tan seguido. Mantengo una postura atea desde que tengo uso de la razón, sí; no obstante, no suele ser una rama de la que yo hable mucho. La mayoría de mis reflexiones las suelo plasmar en entrevistas o charlas antes que en textos. Y ayer, justamente, me topé con un escrito que hice hace tiempo, pero que nunca publiqué. Tenía pensado incluirlo en alguno de mis libros, pero finalmente no lo hice. Y ahora, sin embargo, sentí que podía dejar algo registrado o anotado.

Precisamente me surgió una pregunta. ¿Por qué creer? Aunque no sea ningún dogmático, estudio teología. Tengo mi propia biblia, varios libros, no para creer, sino para entender (es más, recuerdo que Séneca decía, en sus cartas a Lucilio, algo similar sobre el epicureísmo -y en general sobre el contraste entre corrientes filosóficas-; que, de vez en cuando, uno puede tomarse el lujo de explorar otras lecturas, para después volver a las primeras. Luego tendría que buscar la cita exacta). Pero en esa indagación me topé con otro dilema; el dilema de la fe. Recordé la conjetura de Pascal, por ejemplo, que tuve que dar en el colegio y luego discutí con mi profesor de filosofía de aquel entonces. Esa idea de que es más conveniente creer por seguridad. Si dios existe, estamos a salvo, y si no existe, no perdemos nada.

Claro está que, en esa “lógica” (si se la puede llamar de esa manera), estamos dejando a un lado, casi obviando, la parte simplista y reduccionista del esquema. Porque creer también implica el perder cosas importantes; como el tiempo, la dignidad, la inteligencia o incluso el dinero. Entonces, apareció una pregunta más retórica que duda: ¿De qué le sirve a dios que uno rece sin fe? Es decir, ¿de qué le serviría a dios que yo, por suponer, siendo fervientemente ateo, haga la señal de la cruz o vaya a la iglesia? No hay fe. Más bien, solo hay un acto vacío; es como si la gente misma banalizara la figura del creador.

La fe es creencia y la creencia no es conocimiento. El pilar de la creencia es la fe, y el pilar de la fe es la entrega. Entonces, ¿de qué sirve que evangelizar si no hay entrega? ¿Qué se debería hacer en esos casos?

P. D. Buscaba una imagen divina para este texto; al final, elegí al único que nunca me falló. ¿Qué otra imagen iba a elegir para hablar de dios, si no es la de D10S?

Bau Yahari

Bau Yahari (Formosa, 25 de diciembre de 2007) es un escritor argentino de 17 años de edad, miembro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y autor de tres libros publicados en el 2025: Ensayo sobre la inconformidad y Este inevitable miedo a perderte (Columbia Ediciones), y su obra más reciente, vivo como si me fuese a morir mañana (Atelier Mundini Editora).

Su formación articula literatura, filosofía y psicoanálisis. Estudia dramaturgia en Los Gregorianos, grupo coordinado por el director de teatro Lázaro Mareco, y ha cursado seminarios en la Escuela Libre de Psicoanálisis de Buenos Aires con Mauricio Portillo (Malestar en la cultura y pensamiento freudiano) y Matías Tavil (Lacan y los tres registros). Mantiene una relación de mentoría con el filósofo Walter Robledo y continúa formándose en escritura bajo la guía del poeta Jairo Poveda.

Integra además la Asociación Italiana de Formosa, junto al escritor Federico Princich. Previamente formó parte de la Asociación de Filosofía Argentina (ADFA), con sede en Santa Fe, hasta 2025.

Su obra es descrita como una combinación entre pensamiento crítico, ternura, sensibilidad y referencias de la cultura pop. Ha publicado artículos en la Revista Punzó (Lomas de Zamora), la Revista Bucolic de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y la cooperativa cultural Trafkintu (Bahía Blanca), donde aborda cruces entre filosofía, política, estética y medios populares, como en sus textos “Chespirito o la voluntad de seguir creyendo”, “De qué le sirve a dios rezar sin fe” y “Cuando dios se volvió diplomático”.

En palabras de Rocío Chavez: “Bau no es solo una promesa de la literatura argentina; es una realidad en plena ebullición que redefine la velocidad de la creación.”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *