Una remera que diga

Escribí un apuntecito sobre el perdón. Es más bien personal, pero tal vez pueda leerse como complemento del artículo político «El perdonado perfecto», que escribió aquí en TFK Leandro Retta. Porque es bastante cierto que lo personal es político, y cuando una habla de moral habla de política.

Estaba triste y pensé hacerme una remera que diga: perdón, estoy triste. Total, cuando se me pase me la saco y listo. Porque cuando una anda así se olvida de decirle buenos días a la cajera del chino, o gracias al kiosquero.

Además, una mancha con su tristeza a los amigos, cruza la calle  sin mirar mucho jodiendo a los automovilistas, trabaja con pocas ganas, se olvida de los cumpleaños y las fechas patrias  y cosas así. 

Pero después me arrepentí de la remera. Porque el perdón no se obtiene nunca con solo pedirse, sino que se obtiene cuando se consigue de los otros. No muy en el fondo, no es posible saldar  una deuda si no se cuenta con la diferencia y se la pone a disposición.

Y tampoco debe otorgarse el perdón, sino darse a cambio de algo concreto que no es el mero arrepentimiento, porque el arrepentimiento puede servir al que pide perdón pero no a los acreedores.

Parece haber en estos tiempos una idea liviana, boba y autista del perdón. El que parece pedir  perdón se lo está otorgando a si mismo sin importarle que para eso están los otros.

4 comentarios en “Una remera que diga”

  1. Es complicado pero entendible. Como sucede con las neuronas o las señales digitales, hay varios pares de perdonados y perdonadores posibles, y diversos modos en los que el tiempo podría afectar a la dinámica de la relación. Está el que no requiere del perdón aunque lo merezca, el que no lo requiere ni lo merece, el que lo requiere y no lo merece, el que lo requiere y lo merece. Entre los perdonadores hay también gran variedad: el que acepta cualquier excusa y perdona, el que pide más de lo que vale su perdón, el que nunca perdona, el que no considera que el perdón sea necesario, el que perdona en cuotas. El paso del tiempo afecta a todas estas posiblilidades diríamos -con Borges- para bien, porque alimenta el olvido. El olvido es una especie de perdón gratuito, que no requiere otro esfuerzo que no sea ver pasar el tiempo. Aunque hay quien espera ver -durante ese tiempo- pasar algún cadáver. Besis.

  2. Lo había olvidado por completo, pero tenía 13 años recién cumplidos cuando le di un diccionario oxford de tapa dura a una amiga que me lo había pedido prestado. Ella se había puesto de novio con el chico que a mi me gustaba. El era mucho más grande que yo, tenía 16 y me había advertido «si no te ponés de novia conmigo me pongo de novio con tu amiga». El pibe laburaba en la verdulería de la cuadra, tenía unos rulos preciosos, bucles castaños que le llegaban al hombro, era alto y usaba camisas floreadas con los dos primeros botones sin abrochar, cadenita de plata y pantalones oxford, tenía un estilo medio funky para caminar, iba a la cancha y quería que fuéramos a ver al rojo a Avellaneda y me vino a buscar para ir a recibír a Perón a Ezeiza pero mi vieja no me dejó. Poco tiempo después mi amiga se fue del barrio . Décadas después, una noche me la crucé en la esquina de la Iglesia Del Salvador. Luego de los saludos circunstanciales del caso, ella me mostró su diente incisivo superior. La diferencia de color evidenciaba claramente que no era el original y me dijo «¿te acordás de cuando me tiraste el diccionario de inglés en la puerta de tu casa?» Aunque quedé un poco pasmada, logré conectar los hechos pero perdón no le pedí. Qué se creía.

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