Escribí un apuntecito sobre el perdón. Es más bien personal, pero tal vez pueda leerse como complemento del artículo político «El perdonado perfecto», que escribió aquí en TFK Leandro Retta. Porque es bastante cierto que lo personal es político, y cuando una habla de moral habla de política.
Estaba triste y pensé hacerme una remera que diga: perdón, estoy triste. Total, cuando se me pase me la saco y listo. Porque cuando una anda así se olvida de decirle buenos días a la cajera del chino, o gracias al kiosquero.
Además, una mancha con su tristeza a los amigos, cruza la calle sin mirar mucho jodiendo a los automovilistas, trabaja con pocas ganas, se olvida de los cumpleaños y las fechas patrias y cosas así.
Pero después me arrepentí de la remera. Porque el perdón no se obtiene nunca con solo pedirse, sino que se obtiene cuando se consigue de los otros. No muy en el fondo, no es posible saldar una deuda si no se cuenta con la diferencia y se la pone a disposición.
Y tampoco debe otorgarse el perdón, sino darse a cambio de algo concreto que no es el mero arrepentimiento, porque el arrepentimiento puede servir al que pide perdón pero no a los acreedores.
Parece haber en estos tiempos una idea liviana, boba y autista del perdón. El que parece pedir perdón se lo está otorgando a si mismo sin importarle que para eso están los otros.