Este año lo vivimos a través de la pantalla y eso no es lo nos hubiésemos imaginado como parte de nuestra agenda anual, pero llega un momento en el que aceptamos las condiciones que inevitablemente la vida nos presenta. A lo largo de este tiempo pandémico nos encontramos observando por medio de estas pantallas las condiciones que implicaron el pertenecer a la civilización o la barbarie. Interesante dicotomía heredamos de Sarmiento. Aunque no podemos culparlo solo a él por ello, al parecer históricamente como humanidad nos definimos de dos en dos: el hombre blanco, europeo, cristiano y el otro, no hombre, no blanco, no europeo, no cristiano; el colonizador y el colonizado, el rico y el pobre, opresores y oprimidos, el civilizado y el bárbaro, el proletario y el burgués, lo alto y lo bajo, lo intelectual y lo popular, etc.

El 2020 nos tocó comentar por Twitter los acontecimientos, compartir memes por Facebook, subir historias a Instagram, liberar tensión abriendo cuentas en Tik Tok, renegar más que nunca de las promociones que interrumpen lo que vemos/escuchamos en YouTube. En pocas palabras, habitamos la realidad por medio de los íconos que nos llevaron a portales, sitios web y redes sociales con unos pocos clicks.

Eso ya existía antes de la pandemia, pero se vio acentuado aun más en este contexto. El 2020, que temporalmente ya está agonizando, nos acostumbró a convivir con tragedias mediadas por la pantalla de nuestros dispositivos, lo cual, a modo “cómico”, resume bien el siguiente video: https://www.instagram.com/reel/CFIrbOiA-kX/?igshid=1gauxetzly9t7 .

Eugène Ionesco, dramaturgo del teatro del absurdo, escribió: “No se puede encontrar solución a lo insostenible, y únicamente lo insostenible es profundamente trágico, profundamente cómico, esencialmente teatral” (Ionesco, 1962). Lo insostenible vendría a ser la realidad de vivir en un mundo lleno de padecimientos que culmina al y al cabo con la muerte. Básicamente la finitud del ser. En este mundo donde las muertes tuvieron un crecimiento exponencial debido al COVID, no podemos negar esta “verdad existencial”. La muerte se presenta ante nuestros ojos como inevitable, con la gran imposibilidad de ignorarla. Sin embargo, la respuesta, en este caso teatral, que le da Ionesco a una realidad que nos recuerda la muerte es la relación entre lo trágico y lo cómico. Entonces, quizás a partir de esto surge una respuesta posible a la crisis mundial que atravesamos: la aceptación de que es inevitable la convivencia del dolor y de la risa (fundamental dualidad).

¿Cuántas tragedias ocurrieron este año? ¿Cuántos memes compartimos? ¿Cuántos tiktoks “graciosos” vimos?

Podríamos hacer una lista de las tragedias de este año donde la civilización con sus armas simbólicas del poder avanzó sobre la barbarie. Si googleamos el nombre de George Floyd viene a nuestra memoria no solo su caso particular, sino también la problemática del racismo en los habitantes afrodescendientes: “George Perry Floyd Jr. fue un hombre afroestadounidense fallecido el 25 de mayo de 2020 cuando un agente policial de Mineápolis se arrodilló sobre su cuello durante un arresto, presuntamente por entregar un billete falsificado de $20 dólares” (Wikipedia). La vida de George Floyd valió veinte dólares y es en este punto donde la vida se torna absurda. Las redes sociales se colmaron de indignación y posts en un reclamo que se extendió hasta visibilizar el racismo que aún sigue vigente en Estados Unidos. Algo de esto retrató el artista Childish Gambino a la perfección en su video y canción This is America (año 2018):

Sería necesario un análisis profundo y detallado para hacerle justicia a todo el montaje que tienen las escenas y el modo en que se relaciona directamente con la letra de la canción, pero tomaremos solo uno: cómo Childish baila junto a los niños/as, durante casi todo el video, en medio del caos. Este recurso de extrañamiento es posible gracias a los aparentes ánimos festivos con los que danzan, en paralelo a los hechos violentos que ocurren alrededor. De este modo, el baile se hace absurdo, ya que no oculta el artificio sino que realiza aquello que Eugène Inesco denominaba como “humor sí, pero por medio de lo burlesco. Una comicidad implacable, sin finura, excesiva. (…) retomar lo insostenible, llevar todo al paroxismo, allí donde están las fuentes de lo trágico. Hacer un teatro de violencia: violentamente cómico, violentamente dramático” (Inesco, 1962). Delante de tal escenario se nos despierta la reflexión crítica. Como espectadores ya no experimentamos el video como en un sueño inocente, sino que nos detenemos a pensar sobre lo extraño que resulta la violencia rodeando a chicos/as que bailan vestidos, además, con sus uniformes de escuela.

Ahora bien, volviendo en concreto al caso de George Floyd, el movimiento social “Black Lives Matter” cobró una gran fuerza. No faltaron famosos estadounidenses que adhirieran al reclamo. Las marchas masivas incluso repercutieron en la quema de una comisaria:

Fuente: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52842951

Los reclamos no solo tuvieron réplicas en todo el mundo, sino que incluso en nuestro propio país tuvieron resonancia los propios casos de racismo hacia, por ejemplo, las comunidades nativas, tal y como lo indica el siguiente hilo de Twitter: https://mobile.twitter.com/revistacitrica/status/1267595196268773383.

Aquí se destaca cómo personas integrantes de la comunidad quom fueron atacadas violentamente por efectivos policiales.

Cercano a estos acontecimientos, a mediados de mayo, comenzó a tener gran resonancia el caso de la desaparición de Facundo Astudillo Castro, otro evento cuya balanza parecía inclinarse también hacia la tragedia. Su madre, Cristina Castro, se mantuvo activa en el reclamo, lo cual permitió que la noticia comenzara a expandirse. Para el mes de julio el caso ya estaba en todos los medios y redes sociales del país con la pregunta “¿Dónde está Facundo?”. La denominada “última foto de Facundo” fue crucial para plantear la principal hipótesis de lo ocurrido: desaparición forzada por los policías que lo detuvieron el 30 de abril en el acceso a la localidad de Mayor Buratovich.

La foto dio lugar a que se generaran aun muchos más twitts e historias en Instagram con el reclamo y la exigencia de la aparición con vida de Facundo. Finalmente, 107 días después, un 15 de agosto, fue hallado muerto entre las localidades de General Daniel Cerri y Villarino Viejo. La memoria, la verdad y la justicia protestaron nuevamente en la historia de nuestro país.

Podríamos decir que entre la civilización y la barbarie, justo en el medio, está el absurdo. La violencia que vimos a través de los portales virtuales fue el gran absurdo del 2020. Este año convivimos entre las muertes causada por el COVID y las muertes que el poder centrado en esa “civilización” generó. Lo insostenible habitado desde nuestros hogares se presentó haciéndonos cuestionar la realidad que vivimos.

Surgió una extraña y extrema derecha política, que ya se venía gestando con claros referentes como Agustín Laje y Javier Milei (dicho sea de paso, personajes tan mediáticos que nos recuerdan el modo en que llegó Trump al poder: siendo una millonaria figura pública). Esta derecha civilizada, comenzó a ganar adeptos que marcharon en un mismo día (17 de agosto) con lemas tan claros como el arroyo Napostá.

Fuente: https://mobile.twitter.com/lopeztais/status/1295518246809083904

Movilizadas por una ensalada ideológica estas marchas se replicaron en varias localidades del país e incluso se repitieron en fechas siguientes. La teoría conspirativa de que la pandemia fue diseñada por un “nuevo orden mundial” afirmó a los movimientos antivacunas. De este modo, se sumaron al reclamo personas que pedían por la muerte de todos los políticos, los anti-k, los antiperonistas, los que repudiaban a la vieja Unión Soviética, un conjunto de hombres apoyando el patriarcado y los “menos Marx más Alberdi”. No hay que olvidar el sábado 6 de septiembre cuando se produjo en el Obelisco la “quema de barbijos”: https://www.pagina12.com.ar/290321-repudio-general-contra-la-quema-de-barbijos-en-el-obelisco, cuyos videos viralizados en redes sociales, más precisamente Twitter, generaron un sinfín de repudios. Además de la fake news de Clarín que aseguraba que integrantes de la Cámpora habían estado atrás de lo ocurrido.

En medio de este caos social, político y económico, que ya lo entendemos como lo insostenible, es inevitable pensar las declaraciones que aparecen en la obra de teatro de Albert Camus, “Calígula”, cuando el protagonista dice: “(…) (Con la misma naturalidad). No soporto este mundo. No me gusta tal como es. Por lo tanto, necesito la luna, o la felicidad, o la inmortalidad, algo que, por demencial que parezca, no sea de este mundo”. Quizás, nuestra luna, felicidad o inmortalidad fue, en este contexto, la idea de justicia y paz. Entonces, ese flujo de eventos demenciales nos encontró en el centro del absurdo, un absurdo que no tardó en generar twitts y memes haciendo un poco de comedia de lo insostenible:

Así podemos afirmar que cuando Ionesco se refería de la realidad como ridícula tal vez no pensaba que podía serlo tanto. Paralelamente a todos estos hechos, los memes (no solo políticos), los tiktoks, los videos de youtubers, los videos de instagramers, no cesaron en la producción de risa y entretenimiento: he aquí la convivencia misma de la tragedia y la comedia.

Ahora, luego de haber recordado estos acontecimientos, si volvemos a reproducir el video inicial, quizás la risa del caos cobre otro sentido en nuestra consciencia: https://www.instagram.com/reel/CFIrbOiA-kX/?igshid=1gauxetzly9t7 .

Este tiktok hasta se torna metafórico: el chico somos nosotros/as mirando los portales virtuales en medio de la cuarentena obligatoria, con ropa de entre-casa (su piyama), abriendo pestañas en los dispositivos electrónicos (la ventana) para ver qué de nuevo nos depara en este 2020. Así, supimos adaptarnos a una serie de hechos violentos y catastróficos, no por placer sino por supervivencia, mientras tomábamos algo rico (ya sea café, jugo, mate, agua, etc.). Cabe destacar que la música de fondo, tan cálida y serena, acompasa la violencia, que nos genera el extrañamiento necesario para el impacto cómico.

Como última reflexión: tal vez, este 2020 nos enseñó a no ignorar el absurdo, sino aceptar que la comedia y la tragedia son parte de nuestra humanidad y que, también, esta realidad puede ser lo bastante trágiridícula como para hacernos reír.