La Vida se parece a un Gran Rio y a su salvaje Corriente..
Todos un día, nos separamos de la orilla que nos vio nacer.
El origen de las cosas y los seres, es un instante que no se vuelve a repetir.
Nuestro propósito: nadar en la Corriente tratando de alcanzar la otra orilla.
La otra orilla es la paz, la felicidad y las cosas que esperamos que nos realicen, lo que soñamos para nosotros, llegar a ella es nuestra ilusión.
Pero muchas veces la Corriente nos hace trampas.
Nos seduce, nos lleva a pensar que el verdadero valor de las cosas está en permanecer en ella, en ese alucinante cauce azul.
“La vida es cambio” y; “Nadie se baña dos veces en el mismo Rio”, sentenció un viejo filósofo hace tres mil años.
Y tal vez eso sea lo que nos gusta de la Corriente.
Que nunca es la misma.
A veces, por algunos momentos, alcanzamos a ver la otra orilla.
Puede no tener la espectacularidad soñada, ni la excitante floresta de un espejismo deslumbrante.
Solo está.
No nos llama ni nos aturde con la exuberancia de los anhelos imaginarios, simplemente está. Nuestro espíritu siente la extraña sensación de conocerla, de saber que allí nos espera la paz.
Pero hay tiempos en los que no queremos paz.
Seguimos a la deriva.
Ocasionalmente se nos cruzan diversos troncos a los que aferrarnos.
Tenemos de vez en cuando algo sólido en que apoyar nuestro animoso caracter.
¡Son tan hermosos esos paisajes!
Viajan flotando arrastrados por el agua ramajes de tan maravillosas formas que difícilmente uno puede evitar enamorarse de ellos.
Aparecen con el fulgor de lo soñado.
Nos hacen creer que la vida entera puede vivirse de tronco en tronco, de novedad en novedad.
La otra orilla permanece aunque la turbulencia del Gran Rio no siempre nos deja verla.
Y también es posible muy a menudo que la Corriente nos perturbe sensualmente.
Nos hará distraer alejándonos del remanso junto a la otra orilla.
Por el contrario, nos adentra en su seno embriagándonos de euforia hacia remolinos que nos marean, nos apartan, haciendo que cada vez sea mas difícil llegar a la ribera.
Algunas veces podemos llegar a la otra orilla para darnos un respiro.
Nos tendemos en su verde falda y allí nos recostamos al Sol.
Cerramos los ojos y dejamos que su espíritu nos envuelva.
Descansamos y la sentimos propia porque esa es nuestra orilla.
No obstante la Corriente nos sigue llamando.
Maravillosos y sensuales tonos de color nos presenta.
Deliciosas y refrescantes; las ondas del agua nos envuelven con promesas de fiesta para los sentidos, nos asegura que pase lo que pase podremos bogar en ella sin temor a hundirnos.
Aun no es tiempo de quedarnos en la Orilla.
Porque esta nos va a aburrir con su monótona firmeza, con esa solidez imperturbable.
Allí deberemos levantar un hogar y labrar nuestro destino entregando a esa orilla los esfuerzos necesarios para construir un futuro.
Sin embargo, el futuro solo se cumple sumando presentes.
Y el presente más atractivo no está en la orilla sino en la Corriente.
La mañana de nuestra vida nos señaló la necesidad y conveniencia de ir pensando en la otra orilla. Aunque a veces no entendemos o no escuchamos las razones. Solo conocemos el fragor de las brazadas que la vida nos impuso para ir surcando la Corriente escapándole al naufragio.
En la tarde de la vida muchos remolinos nos arrastran y alejan de la orilla.
Tuvimos en algunos casos la pasajera gloria de subirnos a una embarcación que nos hizo disfrutar del vértigo alocado y la aventura feliz.
Florecidos islotes nos llamaron la atención y nos hizo explotar de juventud.
Comimos esos frutos que son un elixir vigorizante al precio de un trozo de nuestro tiempo vital.
De vez en cuando la ilusión de alcanzar una bella balsa que en otra etapa de nuestra vida no pudimos tomar nos proporciona una dulce revancha interior.
La Corriente quiere que le pertenezcamos.
No quiere que abandonemos su torrente.
No desea ser mirada desde el sitio mas seguro.
Piensas que ya se acerca el momento en que podrás pagar tu pasaje en una nave de primera clase.
Cuando has pasado tu vida en la Corriente te parece que podrás salir de ella en cuanto lo desees Y también, es verdad, muchas veces la orilla a la que arribas no es la misma que tu corazón anhela.
Te acercas y piensas: voy a amarrar mi vida a este puerto.
Sin embargo esa no es tu orilla.
Te alojas allí, te sientes bien hospedado y quieres quedarte.
Pero pronto se cubre de espinas y pide que te alejes porque es otro quien ha de habitar en ella.
Y vuelves de nuevo a la Corriente.
Decepcionado, pensando que lo mejor es permanecer en ella.
Otras veces has tenido en algún apacible delta todo lo necesario para quedarte tranquilo.
¡Pero acaso te sentías tan potente!
Tan poderosamente joven e imbatible, que esa cándida orilla no te alcanzó.
Te faltaban cosas que sólo el Gran Rio u esas orillas que no temen al paso de la Corriente por su vera pueden darte.
Y vuelves con brazadas vigorosas a hundirte en el ancho curso.
Sientes el excitante acariciar del agua mientras extrañas y añoras esa dulce y generosa orilla que te quiso albergar, pero no pudo enamorarte.
Si tienes suerte antes que anochezca podrás ver tu verdadera orilla.
Nada tienes que buscar porque en ella están todas las respuestas.
No hace nada, no se preocupa porque sabe que solo allí, estará tu espíritu contenido.
Ella es tu abrigo, tu verdadero y último refugio.
¡Tardaste tanto!
Perdiste mucho tiempo en encontrarla, pero quizá no fue tu culpa.
Quizá al comienzo de tu vida estaba determinado que la otra orilla te quedara lejos.
Quizá pudiste amarrar tu corazón a otra orilla hace mucho tiempo pero no la supiste reconocer, o a lo mejor ella te mostró la hostilidad de los amores contrariados, los que dan frutos que no se pueden comer.
Antes de que muera la tarde tendrás que mirar bien porque las aguas te han llevado lejos.
Tienes que saber que ahora se multiplicarán los obstáculos para llegar.
Deberás bracear con seguridad y decisión.
La Corriente es una amante infiel y a la vez celosa.
Odia perder sus amores.
Pero tienes que dejarla porque ahora sabes que ella un día va a ahogarte en soledad y te perderás en un cenagal del cual no podrás escapar.
Y no veras nunca más tu luminosa orilla.
A veces te parecerá imposible.
Muchas serán las penurias porque en la vida todo tiene un costo.
Y el costo que paga tu aventurero espíritu es el de haber encontrado tarde tu orilla, cuando ya tus brazos no tienen el vigor de otros tiempos.
El Gran Rio quiere tu vitalidad.
Su cruel determinación es que le entregues toda tu energía a cambio de las horas de ensueño y fantasía que antaño te prodigó.
Pero no te arrepientas de nada porque allí está tu orilla y este es tu tiempo de alcanzarla.
Antes que caiga el velo del ocaso, levanta tu mirada y ve como las estrellas comienzan a reflejarse sobre los húmedos contornos y dibujan sus destellos la silueta de la Otra Orilla.
Te espera.
Nada la conmoverá porque es la que te toca.
Ella es tu fortaleza.
Es tuya, solo tienes que alcanzarla.
Mírala fijamente.
Sonríe en tu interior por las travesuras que el destino te hizo para agrandar las distancias.
¡Tan lejos estuviste!
Que por un instante pensaste que nuca verías realizar tus sueños.
¡Ah, pero qué importa! enfrentaras tu batalla en el amor y vas a conseguirlo.
Ella está allí, no te desvíes.
Saca la cabeza del agua y toma un respiro, un largo y profundo respiro, con suerte llegaras a tiempo para sentir como en la alta noche los brazos cálidos de la otra orilla te reciben, te protegen, y te cubren para que cierres los ojos y descanses en ella.
Amanecerá otra vez, y veras que joven y fuerte te ha vuelto encontrar tu lugar.
Se que estás allí, siempre estuviste.
Mi querido amor, mi otra orilla.
Voy llegando a vos y en vos esperare el nuevo día.
Porque siempre hay otro día cuando necesitas recomenzar.
Un nuevo tiempo comienza contigo, mi orilla luminosa.
Ya no volveré al Gran Rio.
De la mágica Corriente guardaré aquellos recuerdos que justificaron mi tardanza.
Al fin voy llegando a vos.
¡Y aun queda tanto por vivir!
Comentarista de literatura clásica, de la historia y de la historia de la Filosofía. Autor de «Manual de Ordenanzas de Obras Públicas» y de «El Humor de los Sabios».