Soy un plato de cristal. A veces la presión me destruye, pero como no hay lugar para molestas pequeñeces de esa estirpe en mi mundo, me envuelvo. Me hundo en litros de pegamento y suspiro en gritos callados por cinta. Como si nada hubiese pasado.

Tengo miedo honestamente, de que los demás vean mis grietas, los rastros horribles de una conmoción que no fui capaz de detener, que todavía no soy capaz de tratar. 

Aun así, aunque intento vivir como si nada, el viento pasa y se mueve escurridizo entre alguna fisura y cuando soy consiente ya es demasiado tarde. 

Me arrodillo ignorando él desastre, la sangre escurriendo por mis pies. Debo volver a pegar cada cachito velozmente, antes de que alguien pueda verme

Es evidente que perdí algunos trozos en el proceso. Tengo un huequito que me arde, una zona triste que lo absorbe todo. 

En ocasiones fantaseo en convertirme en algo tan temible como un plato de plástico, un material sintético que perdure para siempre. Tal vez así podré dejar de juntar los pedazos de algo que no sabe como sanar.