Siento que deje de vivir hace mucho tiempo atrás.

Solo quedaron las cenizas de un recuerdo lejano, un cuerpo triste que finge vida, irradiando calor sin calidez. Es como cuando uno siente un hambre voraz y le mortifica el vacío en su interior. 

Si me concentro, es como si todo estuviera hueco, abandonado. Me perdí entre el ruido y la gélida niebla. Cuando regresé a mis sentidos,  solo un desierto, mi fóculo arrasado a la nada misma. La presencia del viento se volvió un factor constante. 

Mi núcleo congelado se convierte en piedra. 

Tengo frío.

Hoy en día diría que soy un cachivache. 

Perdí la gracia y el equilibrio, soy un ser tambaleante en esta cuerda de palabras que se agita con el detestable murmullo del viento.

Me distorsiono en cada paso. Mi imagen se pierde tanto con la brisa, se desgasta tanto, que temo que nadie jamás será capaz de reconocerme en las profundidades del mar.

Me muero de frío fingiendo que no sé por qué, negada a aceptar que el calefactor está realmente roto. De nada sirven los artilugios estropeados en este mundo de inviernos sin fin.

¿Estará todo estropeado por el frío eterno?