¿qué pienso por las noches?
Quizás me encuentro sosegado al evadir el silencio con la presencia dispositiva que, en realidad, no me convoca a «disponibilizarme» al cuidado propio. Encuentro, símil a una guía telefónica, cientas de publicaciones, cientas oportunidades para no sentirme tan fracasado, tan apegado a la improductividad. El sistema me quiere productivo, pero no en un sentido ético humano, sino productivo sin lugar a la esencia misma del ser.
Cuando pienso, me pierdo en el juglar del propio pensamiento, pero ahí están mis respuestas. No soy una máquina, aunque las imágenes que se han construido a mi alrededor como mi límite me forjan las paredes más siniestras que puede haber, sin lugar a dudas: la perspectiva de la frustración dentro del ser más autoexigente. Normalmente, dentro de mi proceso purificante, rever las imágenes que no me pertenecen hacen que me pertenezca más a mí, pero la realidad es que esas imágenes me detienen al intentar cada paso que puede darme una oportunidad de sentido a mi mundo.
Quiero encontrar mi identidad. Quiero fomentar una identidad latinoamericana. Quiero leer como tanto me gusta y dejar de someterme a la perdición de deambular sin lugar aparente en la fragilidad de los fenómenos. Quiero ser filósofo, pero de los buenos. De los buenos, siendo elles aquelles que no venden fanfarrias ni cuentos de superación, sino un filósofo que quiera comprender y expresar la metafísica de las costumbres humanas, que quiera entender por qué algo es de una forma sin colorear su contexto con frases motivacionales. Porque la filosofía no es motivación: es dolor. Es darle un sentido a ese dolor de estar expuestos en una superficie avasallada de información y falsas concepciones, dónde seres funestos promueven la productividad como cuerpos que deben ser mercancía del sistema. Quiero ser filósofo porque muero por cargar con la responsabilidad de que el sentido de la vida es un absurdo.