Las seis de la mañana nunca es una hora en la que uno desee despertarse, pero siempre dos es el doble que uno. Fausto y yo encontramos en el despertador esa melodía que antecede una aventura y cuando la negra noche parecía infinita emprendimos una caminata, por primera vez, nos creíamos capaces de pasar desapercibidos en una ciudad que nos despedía. La escarcha que se iba derritiendo humedeció nuestros pies a tal punto que nuestra máxima satisfacción matutina fue haber prevenido dicha situación con un par seco de medias en nuestra mochila.

Cazamos furtivamente los primeros rayos de luz a eso de las ocho pasadas, sintiendo ese éxtasis que genera esa mezcla de sonidos y olores que nos ofrece el campo y sus primeras horas. Eran tantas las aves que nos deleitaban con sus cantos que era casi imposible distinguirlas y ese olor húmedo que llenaba nuestros pulmones fue un energizante natural que nos acompañó por largo trecho del recorrido.

El silencio de la ruta por momentos se veía interrumpido por las chatas de los habitantes de la zona que abrían paso levantando el polvo que marcaba la estela de su jornada laboral. Y claro que a esta altura mirar para el sol era intimidante, quizás por la fuerza con la que había salido.

La ferrovía abandonada que nos acompañaba a nuestra izquierda, elevada unos tres metros del nivel del camino, nos secundaba en la tarea de evitar los grandes charcos formados en días de lluvia que habían inundado la zona en jornadas anteriores.

El panorama visual cambiaba con la llegada de los chaniares que sin saberlo, ocultaba una leve cañada artificial que nos arropó en la empresa del almuerzo.

Ya las piernas sentían los kilómetros pero el momento lograba camuflar esta sensación, queríamos fundirnos con el tiempo, con la naturaleza de la situación y sin pensar en nada los minutos parecían volar, la pateada se terminaba. Sellamos el momento con el humor de dos jóvenes que a pesar de haber sembrado la semilla viajera que hoy nos mueve a tener nuevos proyectos, no habían podido fundirse con el tiempo ni con la naturaleza.