Si integrás el selecto grupo en el que me encuentro, el grupo para los que la cárcel como destino no forma parte del horizonte individual ni familiar, podrías aprovechar el aislamiento al que nos obliga el virus jugando un pequeño juego de rol que lleve al límite nuestra situación.
Imaginate que tenés que transitar el encierro en un pabellón superpoblado de una cárcel superpoblada, pabellón que tiene celdas individuales minúsculas pero que por cuestiones de superpoblación tienen cuchetas, lo que implica que ese espacio microscópico es a la vez compartido con otro. Para salir o entrar de la celda, la otra persona debe subirse a su cama, de lo contrario se hace imposible el tránsito.
Imaginate además que no existen las más mínimas medidas de higiene. No hablamos del faltante de alcohol en gel, sino de la convivencia con residuos escatológicos, falta de elementos para la mínima higiene personal, el constante contacto con otras personas producto de la falta de espacio, la comida que no suele seguir ninguna lógica, el sistema inmunológico hecho pelota, alergias, asma, y un largo etcétera producto de las condiciones de vida adentro.
Imaginate que te duele mucho la panza. Un dolor raro, nuevo, que te preocupa. Sabés que en la cárcel campea la hepatitis, hiv y demás enfermedades infectocontagiosas. Específicamente la tuberculosis hace que de vez en cuando aíslen a algún enfermo y el personal educativo, médico y los mismos guardias tengan que tomar medidas como las actuales, es decir, aislamiento, cuarentena. Suponete entonces que tenés este dolor nuevo y te empezás a perseguir y pedís que te atiendan los médicos, pero resulta que los médicos están muy ocupados porque en la cárcel en la que tendrían que haber 350 presos hay 550 y nunca dan abasto. La solución, indirectamente, te la ofrece un compañero de pabellón, que tiene el mismo dolor que vos y ante la falta de atención médica hace lo que hacen todos los que saben en ese lugar: se cortan las venas. Esto hace que lo lleven de emergencia a atención médica para que no se muera. En el camino le dice al médico que le duele mucho la panza desde hace tres semanas, que por favor vea que tiene.
Imaginate que dependés de lo que te traigan tus seres queridos en la visita para poder comer de manera decente, para tener elementos de limpieza y las cosas más elementales pero además para mantenerte cuerdo, pero la falta de atención médica llegó a un punto en el que hay que protestar y esto lleva al pabellón a una huelga de hambre, que tiene como primera represalia el ´engome´, procedimiento que entre otras cosas prohíbe las visitas y las salidas del pabellón al patio o a educación.
Imaginate que estás preso sin condena por una ley que habilita al sistema a meterte preso mientras dure el proceso. Es decir que aunque no sos declarado culpable y por lo tanto seguís amparado bajo la presunción de inocencia, vas preso igual, por las dudas. Imaginate que la ley prevé un plazo de prisión preventiva que no puede superar el año y vos llevás 2 años adentro y nada, nadie te saca ni te condena ni te absuelve. Imaginate que la mayoría de tus compañeros están presos de la misma manera y algunos llevan 4, 5 años sin novedades. Imaginate que el número de procesados presos como vos explotó durante los últimos cuatro años.
Imaginate que discutís todos los días con mil personas distintas para que te dejen ir a educación cuando te corresponde, que agarraste la materia que siempre te costó, conectaste con la docente, vas mejorando y estableciendo un vínculo y de repente la profesora se va. Vos empezás a preguntar y descubrís que la profe estaba embarazada y que, mientras que el servicio penitenciario reacciona inmediatamente cuando una agente queda embarazada para sacarla de ese ámbito y que no se contagie nada, el Ministerio de Educación de la provincia no la protege de ninguna manera y supone que entrar a la cárcel es lo mismo que entrar a una escuela céntrica y que por lo tanto tienen el mismo régimen de licencias.
Podría seguir, pero ya con esto tenés una imagen.
Ahora agregale a todo esto el Coronavirus.
Cualquier preso, guardia, médico, director del penal, cualquiera sabe que si entra el virus a un penal ya está, no hay nada que impida que el Coronavirus no arrase con todo lo que se cruce.
Imaginate que no existe ningún protocolo unificado acerca de qué hacer en este caso con las cárceles.
Imaginate que el único contacto cotidiano con el exterior es la televisión y que cualquier canal que pongas, de cualquier rincón del mundo, habla de lo mismo.
Imaginate lo que pasaría. Es exacto lo que está pasando aunque no salga en ningún noticiero. Se empiezan a suceder revueltas, motines, 5 muertos en un penal, cuatro en la otra y así. Sumado a las huelgas de hambre, los problemas entre pabellones, las decisiones en materia de seguridad que son intuitivas y que a veces son contraproducentes. Organizaciones denuncian que en algunos penales se le permitió a cada pabellón que decidiera si pueden o no pueden recibir visitas. Unos dijeron que sí, otros que no. Los que dijeron que no exigen que los que dijeron que sí sean puestos en cuarentena para prevenir una masacre, los que dijeron que sí se niegan y la tensión crece. De eso hay mucho.
Uno bien podría pensar que poniéndole una tobillera a las personas procesadas sin condena y enviándolas a sus casas bajo la garantía constitucional de la presunción de inocencia la superpoblación se aliviaría un poco. Pero este tipo de disposiciones no aparecen y la feria judicial paraliza los movimientos dentro de los penales.
La tensión crece todos los días y no hay medidas que aflojen la bomba de tiempo. Diariamente nos muestran la curva de contagios y elogiamos que las medidas del gobierno aplanan la curva, dan tiempo. En cualquier cárcel la curva va a ir de uno a todos en días.
Es imperativa la descongestión urgente de las cárceles y una mirada mucho más atenta a las condiciones mínimas de salubridad ahora, ya, en la emergencia. Toda discusión de fondo es fundamental pero también posterior.
El Estado no puede darse el lujo de posar la vista sobre la cárcel sobre el primer contagio. Eso sería llegar demasiado tarde.