Una vuelta escuché que los argentinos vivimos como si estuviéramos en una película de Sandrini: «nos hacía reír, pero al mismo tiempo nos hacía llorar». Somos apasionados. Cuando nos empiezan a conocer algunos extranjeros, no consiguen entender nuestra forma de ser. Para nosotros, la búsqueda del equilibrio, la moderación, o del centro, es visto como un insulto. Incluso citamos frases de autores que jamás existieron para reforzar la posición extrema (Hola, “Efecto Mandela”).

Aunque no quiero caer en el cliché falaz de que todo pasado siempre fue mejor, inicio esta reflexión sobre el escenario electoral recordando lo felices que éramos esos días de diciembre de 2022. No nos importaba como pensaba la persona a nuestro lado; solo queríamos ser felices, y lo logramos gracias a un grupo de jugadores de fútbol. Muchos lloramos! Es posible que más de algún hijo haya visto a sus padres llorar por primera vez en su vida. El país estuvo movilizado y vivimos la felicidad plena y en paz. Se ve que fue una fantasia, una ilusión por tener una Argentina unida por una misma causa: ser felices.

Por eso, al escribir estas palabras, no sabía por dónde empezar. Sentía la necesidad de expresar todo lo que siento como argentino, militante, radical. Hasta me atrevería a decir como dirigente político.

Como en todo ejercicio de escritura que realizo, inicio con palabras sueltas en mi cabeza, conversaciones en WhatsApp entre amigos e incluso memes en redes sociales; todo me nutre para poder hilvanar un pensamiento pero siempre con una idea clara: salir de los conceptos dogmáticos tradicionales que tenemos los radicales. Que sea llevadero para cualquiera que quiera entender mis motivaciones.

Este año se cumplen 40 años de la recuperación de la Democracia y el escenario es por demás complejo. El próximo domingo 20 de noviembre, los argentinos enfrentamos una disyuntiva entre el miedo al presente y el miedo al futuro. Desafortunadamente, desde 2019 hemos hechos las cosas tan mal en JxC que quedamos atrapados entre dos opciones nefastas, lo cual es trágico pero es la realidad. Por eso, muchos seguimos convencidos de que no es ni Massa ni Milei. Por supuesto que entiendo a algunos correligionarios de buena fe. Apuestan a uno u otro candidato con argumentos validos (y no tanto). Yo no puedo. Se que tantos otros están igual que yo.

El dardo fácil enseguida llega: se nos ataca de tibios, cómplices, traidores e incluso funcionales a Massa. ¿Saben que me preocupa? Ese anti-radicalismo que ahora emerge de manera mas explícita, en especial de algunos con quienes fueramos socios hasta ayer y hoy tirando por la borda la construcción de una alternativa seria, democrática y republicana. Esto es incomprensible, aunque no sorprendente. Con el pasar de los días parece que algunos reaccionan así porque les molestó que la UCR cuestione o dispute poder. La soberbia, dicen, no es una buena consejera, y espero que varios puedan recapacitar ya que están haciendo mucho daño.

Estoy orgulloso de la dirección del Comité Nacional, que ha dejado claro que ni Massa ni Milei son la solución. Han demostrado madurez y han resistido las operaciones mediáticas que intentaron atraparnos en una encerrona (o negocio) que algunos deben tener. Tenemos la obligación de ser coherentes: toda la campaña denunciamos un pacto Massa-Milei y esa situación no ha cambiado, no podemos ser ilusos.

Me da tranquilidad saber que siempre mantuve esta posición. Por eso no quería que llegar a este escenario, y trabajé desde mi lugar para poder evitarlo. Sin embargo, el pueblo eligió otra respuesta y hay que respetarlo aunque nos duela.

Hoy nuestro papel como partido y frente político es ser opositores; se nos pide que controlemos cualquier exceso. No que hagamos acuerdos secretos de cúpula a la madrugada, a espaldas de los miembros de Juntos por el Cambio, arrogándose una representatividad que no tienen pero pretenden tener.

Para terminar por ahora, les quiero recordar a aquellos correligionarios que pueden estar distraídos:

«Doctrina para que nos entiendan, conducta para que nos crean», tal como decía Moisés Lebensohn.