Todo lo que ocurre, en algún punto quizá lejano de esta tierra, de este lugar que, desde luego, a mi corazón le gusta arropar con el adjetivo de hogar y, que en alguna extraña simplicidad, unos cuantos latidos le inventan una calidez insostenible; todo lo que ocurre, es exactamente lo que no sucede, el punto final o el final sin puntos, la no continuación de la vida y entonces, la destrucción del mundo (mi mundo), algo así como un símil a muerte ficticia. Improbable. Desde cuántas distancias es que se decide el fin del ser, desde cuáles lejanos horizontes que la vida no es continua. Gracia. 

Una suerte de soledad y arrogancia que me vuelve a la risa, que me devuelve el placer de sospechar de la tristeza; que la obviedad existe, que está acá. Soy real. En mi propia cercanía soy yo. Si se sabe que uno se encuentra de frente. Lo más fácil para volver a «ser» es chocarme contra mi propia verdad. Contra mi propia alma. Si no me olvido no muero, si no me olvido, existo.

 ¿Qué pasaba con lo lejano? Es un reflejo extrañamente similar a la totalidad. Como es arriba es abajo se decía en algún sitio.