Comencé a sentirme atraído por el día, sin pensarlo demasiado me vestí, era otoño. Esperaría en la parada más cercana a mi, mientras las hojas aún no tan marrones, más bien amarillas serían pisadas por quienes tenían mi mismo plan. 

Una vez dentro del colectivo solo bastaría con yacer entre esos asientos o detenerse en la idea de estar parado de forma perpetrada sosteniendo ese tubo con la intensión de obtener con más rapidez que otros, la ansiada comodidad. Videaria cada casa, algunas llevarían consigo una pared, algunas a la vista del mundo, otras en cambio la entrada y al patio, algunos cubiertos de roció. También irían apareciendo las cancha de tenis y auto o persona que se me presentase. Dentro, bastaría ver caras alargadas y cansadas, algunas detenidas por el tiempo, por pensamientos, por ideas.

Pero no serían los únicos que las tendrían, sentirme tan perdido y no, al mismo tiempo era una dicha que sostendría creo yo, toda mi vida. Caer en la idea de que pasaría si… el colectivo decidiese parar de la nada echará a todos por completo, y nos viéramos en la obligación de confrontarlo o quedar en la dicha de no ser un pasajero mas. Al menos a la hora que viajaba había luz. Pero, ¿y si no? Hasta me palpitaban las manos con tan solo pensarlo.

El sol pegaría fuertemente en mi cara, a contrariedad de los asientos vacíos donde pegaba nada menos que una vaga sombra por momentos. Mientras rugía el motor, sonarían los bip-bip o los PARADA señalando el deber de bajar. La simpleza de los pasos y el andar apurado de la gente habían ocasionado un remolino dentro de mi visión confundiéndome torpemente, bajando equivocadamente en mi casa.